El joven director tapatío, Manolo Caro, ha estrenado una nueva producción mexicana original para Netflix: La casa de las flores. La”serie” (telenovela), impregnada de todo el estilo de Caro, es un intento de comedia muy insípida pero entretenida .
Protagonizada por Verónica Castro, Cecilia Suárez, Aislinn Derbez, Arturo Ríos, Darío Yazbek Bernal y Paco León, la serie cuenta la historia de una familia de clase alta mexicana que vive una vida aparentemente perfecta hasta que salen a relucir los trapitos sucios del padre de familia, Ernesto (Ríos), quien resulta tener una “casa chica”.
La noticia cae como cubetada de agua fría a la familia cuando en plena celebración del cumpleaños de Ernesto, su amante se suicida, colgándose en medio del negocio familiar: una floristería de las Lomas llamada La casa de las flores.
A lo largo del primer capítulo, Caro se dedica a presentarnos a los personajes y, desaprovechando las posibilidades ingeniosas que le brindaba el formato de serie para Netflix, cae, una y otra vez, en todos los clichés telenovelescos clásicos de Televisa.
Pero para maquillar el cliché, recurre al recurso de lo “polémico” para darle giros “inesperados” a la trama. Disculpen el uso excesivo de comillas, pero son necesarias porque resulta irónica la ingenuidad de Caro al pretender engañar al espectador, presentándose como “arriesgado” cuando en términos de la trama desaprovecha cada una de las ocasiones en las que se podría hacer explotar el conflicto de manera seria en la vida de los personajes, pero en vez de arriesgarse realmente y llevar al límite a sus personajes, sólo lo hace “de a mentis” porque siempre pasa algo que los rescata y no logran vivir del todo las verdaderas consecuencias de sus actos.
Supuestamente, Caro “habla de lo que nadie habla” al mostrarnos un catálogo de personajes sui generis que, casualmente, forman parte del mismo universo:
Para empezar, está Julián de la Mora (Darío Yazbek), el típico niño fresita bueno para nada e hipercalenturiento que no desperdicia la más mínima oportunidad para tener sexo con su novia mientras sostiene una relación secreta con el asesor financiero de la familia. ¿El twist? Que Julián no es el típico hombre gay tapándole el ojo al macho, sino un chico bisexual que resulta estar perdidamente enamorado de un hombre pero al que también le encantan las mujeres. A la postre, el chico no tiene ni la más remota idea de qué es lo que quiere en la vida.
Paulina de la Mora es, quizá, el personaje más interesante y menos desperdiciado de la serie, interpretada magníficamente por Cecilia Suárez, es la hija mayor de la familia De la Mora. Vive en un trip perpetuo de Tafil y es la tapadera de los secretos oscuros de su papá y de sus hermanos. Paulina es fiel, calculadora, ambiciosa, amorosa a su manera y, aunque habla como niña tonta, es más inteligente que todos los De la Mora juntos. Sin embargo, ella sufre porque su vida no ha sido nada fácil: hace años se casó con un abogado español que resultó ser transexual y, al parecer, sigue enamorada de María José, antes José María.
Lo que hace “diferente” a Elena de la Mora (Aislinn Derbez) no es su capacidad de ser infiel al igual que su papá, sino que tiene una relación con Dominique (Sawandi Wilson), un chico afroamericano con quien pretende casarse. Estos personajes le dan el pretexto perfecto a Caro para hablar sobre lo racista que es la sociedad mexicana, pero el director no logra malabarear bien el tema con todo los demás que está contando y desiste, haciendo desaparecer a Dominique del panorama por un buen rato.
Virginia de la Mora, el personaje con el que Verónica Castro regresa después de casi diez años a las pantallas, es una señora nice de las Lomas, dueña de La casa de las flores. Su personaje está tan mal construido que no logra hacernos sentir nada. El suicidio de Roberta funge como el incidente desencadenante y Virginia, al saberse engañada, se las arregla para que su marido termine en la cárcel sin pensar muy bien en las consecuencias.
El personaje de Virginia es inconsistente y traiciona sus principios sin vivir un verdadero cambio de fondo; en la mayoría de los casos, más que por amor, todo lo que hace, lo hace por interés, por cubrir las apariencias o por motivos que no terminan de quedarnos claros.
Por su parte, el personaje de Ernesto es gris y está completamente desaprovechado: es un hombre cínico a quien lo único que le sale mal en la vida es terminar en la cárcel, pero no es él quien tiene que enfrentar las consecuencias sino toda su familia que lo rescata y hasta lo recibe de vuelta con bombo y platillo.
En fin, si eres fan de las telenovelas y disfrutas de lo insulso, La casa de las flores no te defraudará.