por David A. Ledesma Feregrino
[av_dropcap1]E[/av_dropcap1]ditada por Penguin Random House en 2017, Temporada de Huracanes es la más reciente obra de la escritora veracruzana Fernanda Melchor, que en 2015 fuera nombrada por el Conaculta y el British Council como una de las autoras menores de cuarenta años más destacadas de México.
La distinción no es injustificada: leer a Melchor implica adentrarse en un mundo donde la tensión es el signo constante. El cobijo de la belleza con la que transitan sus narradores es apenas suficiente para cubrir las heridas que nos causan con la certeza de sus palabras, con la crudeza de sus declaraciones.
La Matosa es un lugar desamparado donde hasta las caricias tienen el sabor al abandono de los dioses. Decir que las almas que lo habitan han crecido como la hierba es poca cosa; todas se han formado como tumores cuyos rostros son la encarnación de la purulencia de la tierra. Las raíces en las que se generó la podredumbre permanecen ocultas. Las consecuencias, sin embargo, nos abofetean en cada página, en cada oración interminable de Temporada de huracanes.
La sangre, la muerte, la vida que crece sin permiso como producto del sexo torpe y doloroso, las drogas sintéticas como camino espiritual, la violencia y la carencia de futuro, todos son fantasmas que esperan acechantes los ojos del lector incauto que se aproxima a la última novela de Fernanda Melchor.
Un asesinato ha sucedido en La Matosa, un pueblo perdido en la zona tropical del país que no es ningún lugar en específico y a la vez podría serlos todos. El cadáver de la Bruja del pueblo ha sido encontrado flotando en un canal de riego; un grupo de adolescentes que fue visto salir de la casa de este personaje en las horas previas es el principal sospechoso del asesinato. Los perpetradores parecen estar bastante al descubierto desde un inicio, no así la pasión de sus motivos.
La historia empieza como un cuento fantástico. Es difícil, incluso en un principio, distinguir si la ficción dotará de poderes auténticos a la Bruja o si será una simple charlatana. La legitimidad que ante los personajes tienen sus pociones, la historia macabra de su origen y sus presuntas fuerzas sobrenaturales, son suficientes para que el lector entre en la convención y observe a la Bruja como lo haría un habitante más de La Matosa, creyéndose que es hija del diablo y que almacena en su guarida un tesoro incalculable de monedas de oro.
El confort de lo que podría ser una construcción conocida y muchas veces explorada se va disipando con rudeza. Los testimonios en torno al asesinato de la Bruja revelan ante el lector las tripas putrefactas de una comunidad perdida. Perdida en el tiempo, perdida en las lagunas olvidadas de una dimensión espacial donde el progreso no tienen cabida. Pero las grietas hirientes de La Matosa son incluso más dolorosas que la muerte del futuro: sus personajes parecen estar desconectados de la vida, de la dignidad humana, del respeto a la propia sangre y del amor al aire que se respira.
Temporada de huracanes es una novela sobre una sociedad descompuesta para la cual el único refugio posible parece ser la muerte. No hay un sólo aspecto en la vida de esos personajes que no resulte perturbador. El dolor causado por cada una de las imágenes grotescas que Melchor evoca se duplica cuando reparamos en el parecido que La Matosa guarda con cualquier lugar de México. El desastre del narcotráfico, la misoginia y la homofobia que aterrizan en la muerte y las industrias que secan las entrañas de la tierra, son todas visiones que transitan entre la ficción de Melchor y la realidad, manifestándose en las páginas para salar las heridas abiertas cuyo ardor hemos ya normalizado.
En esta novela “no hay oro ni plata ni diamantes ni nada más que un dolor punzante que se niega a disolverse”. Son muchos los aciertos de Fernanda Melchor y son sobradas las razones para admirar su obra; sobresalen, sin embargo, su capacidad de hablar de todo mientras pretende no hablar de nada y su talento para lograr que el lector sienta cariño o apego emocional hacia una obra que no hace sino revelar una fosa infecta y húmeda donde se están pudriendo nuestras almas.