Hace aproximadamente dos semanas (el pasado 17 de julio, para ser exactos), los Foo Fighters lanzaron un álbum llamado Dee Gees / Hail Satin. Gracias a ello, pudimos disfrutar cinco de las canciones más enérgicas de Medicine at Midnight, el material de estudio que la banda lanzó en febrero.
Sin embargo, es evidente que esos flashbacks hacia el inicio de este año no son lo más relevante aquí. En cambio, todos hablan de los covers que explican por qué la banda ni siquiera se presentó con su nombre, sino con un alter ego que homenajea a los célebres Bee Gees: la B original se transformó en D, pero todo lo demás, incluido el logo, se mantiene.
El alboroto no es para menos: Dee Gees / Hail Satin fue una tremenda decepción y, al mismo tiempo, es genial. Y esto no tiene que ver con las confusas reseñas de la crítica que terminaron por asignar una calificación bastante pobre al álbum, sino con lo que viene a continuación.
Los covers ya son por sí mismos un tema polémico y del que pueden decirse muchas cosas. A algunas personas les fascina el concepto, otras lo rechazan sin más, pero creo que la mayoría de nosotros reconoce que los resultados pueden llegar a ser maravillosos o desastrosos, dependiendo de un montón de factores. Sin embargo, el caso particular de los Dee Gees nos hace pensar en aquellos donde el artista que hace el cover es radicalmente distinto al creador de la canción original (particularmente en el mundo del rock).
“Sweet Dreams” de Marilyn Manson o “Live and Let Die” de Guns N’Roses son algunos de los ejemplos que vienen a mi mente: independientemente de que nos gusten o no, se reconoce que existe una verdadera apropiación de la materia musical que las inspiró. Las canciones originales fueron concebidas para un estilo y una época significativamente distintos a las que rodean a sus respectivos covers, y éstos responden a su propia actualidad. Por eso escucharlos puede ser incómodo, pero sin duda, revitalizante.
Algo así podría esperarse de los covers que Foo Fighters hizo, y de ahí radicó la desilusión. Desde que comienza el álbum con los beats iniciales de “You Should Be Dancing”, parece que estamos escuchando la canción que los hermanos Gibb interpretaron en los setentas para Saturday Night Fever. Y todo empeora cuando Dave Grohl empieza a cantar: el falsete tan característico de Barry le sale demasiado bien al rockero quizá mejor que al mismo australiano ya entrado en años. Hay apenas algunas diferencias: unos coros femeninos, la supresión de los metales y un poco más de guitarra eléctrica (ni siquiera tanta).
Lo mismo ocurre con “Night Fever” y “More Than A Woman”. Los mismos adornos, lo mismo todo. Quizá es simpático pensar en los Foo Fighters como una buena banda imitadora de los Bee Gees, pero no por eso deja de ser decepcionante que hayamos perdido la oportunidad de escuchar estos himnos disco en la voz de Dave Grohl, y no en una imitación de la de Barry Gibb. Y no es que Foo Fighters no haya hecho esto antes. Basta escuchar el genial cover que la banda hizo de Band On The Run.
De todos modos, hay que decir que la idea de Hail Satin por sí misma era muy interesante, y aunque tres de los cinco covers no dieron el ancho, también hay sorpresas muy agradables en los otros dos.
Sí, eché de menos la voz de Grohl en “Tragedy”, pero, ¡qué bien se sintieron las guitarras distorsionadas esta vez! Al igual que la original, esta nueva versión inicia con fuerza. Sin embargo, esta vez es diferente: un detalle tan simple como el efecto de pedal hace la diferencia; aunque la canción de los Bee Gees también inicia con guitarra eléctrica, no se siente igual a la versión de Foo Fighters.
Quizá es el color de los instrumentos lo que la hace tan especial: en los adornos, los coros reemplazan a las cuerdas, la guitarra reemplaza todo lo demás. Y así, cuando llega el estribillo, hay una emoción inevitable en el acompañamiento: a esta canción le queda muy bien subirle a la distorsión, sonar en el repertorio de una banda de rock.
Por otra parte, está “Shadow Dancing”. El simple hecho de que esta alegre canción hubiera sido elegida me pareció un detalle genial. Pasa que aunque sí intervienen, “Shadow Dancing” ni siquiera es una canción de los Bee Gees, sino de su hermano menor, Andy. Joven, guapo, muy talentoso y con algunas canciones memorables en las listas de éxitos, su carrera parecía prometedora a finales de los setenta, pero su adicción a las drogas lo llevó a una decadencia vertiginosa que desembocó en la muerte cinco días después de su cumpleaños número treinta. Una historia triste, digna del club de los 27 (27 más 3, si acaso).
A nivel musical, el caso de “Shadow Dancing” a cargo de Foo Fighters es parecido al de “Tragedy”: el color de las guitarras y los coros es lo que brilla, y en este sentido, el cover tiene más personalidad. Pero lo emocionante es que la voz cantante (literalmente) no la lleva Dave Grohl, sino el baterista Taylor Hawkins. Su estilo es muy diferente al del frontman, y ciertamente es agradable oír algo de variedad: no es común que él cante en el estudio de grabación. Y no solamente es significativo que el timbre de Taylor sea más compatible con el de Andy, sino que ambos tienen otra cosa en común: las drogas.
En 2001 (casi a los 30 años), el baterista sufrió una sobredosis de heroína y estuvo en coma durante dos semanas. Todos sus allegados temieron que no sobreviviría, y sin embargo, lo logró. No sé si esto haya tenido que ver en la decisión de incluir un tributo al hermano menor de los Gibb, sin embargo, es una curiosidad que vale la pena conocer. Alegra ver los casos en que las drogas no ganan la batalla. Que el presente musical puede ser mucho más luminoso.
Si bien las críticas especializadas no favorecieron a Hail Satin, también es muy importante tomar en cuenta lo que dicen los escuchas y los fans, quienes se deshicieron en halagos para los covers. Basta revisar los comentarios en el YouTube oficial de Foo Fighters: se habla de la diversión que Dave Grohl demuestra al cantar y la alegría que transmite, de imaginar tres generaciones diferentes conviviendo y disfrutando estas canciones en vivo, de que “no hay nada más punk que los punk-rockers regresando la música disco a la vida”.
La identidad de los Dee Gees y su trabajo en Hail Satin está lleno de contrastes: coexisten los tributos descafeinados sin novedad y las reinterpretaciones brillantes. Y eso es genial.