El general Enrique Monteverde (Julio Díaz) se encuentra muy estresado, ya que esta siendo enjuiciado por el genocidio indígena ocurrido entre 1981 y 1983. La noche antes de la sentencia, empieza a escuchar el llanto de una mujer que no puede ver. Así comienza la película más reciente de Jayro Bustamante, La Llorona, en la que mezcla crítica social con elementos de terror, lo que da como resultado una cinta irregular.
La historia de Monteverde está basada en el dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt, quien al igual que en la película, a pesar de ser declarado culpable, nunca cumplió ninguna sentencia, a pesar de sus terribles crímenes.
Bustamante toma la leyenda de la Llorona y la mezcla con una de las partes más oscuras de Guatemala- que tristemente tiene símiles en toda América latina- para hacer visible la persecución que sufren los indígenas y que el famoso espíritu sirva para impartir justicia, aunque sea en pantalla. La idea es bastante atractiva, pero la ejecución le falla.
El ritmo de la película es lento, lo cual no es malo per se, el problema es que se nota que simplemente hay tomas que se alargan con tal de conseguir la atmosfera de tensión propia de las películas de terror, claro ejemplo es la escena de rezo con la que inicia la cinta, especialmente al compararla con la escena del testimonio de una de las indígenas (muy bien manejado el cameo silencioso de Rigoberta Menchú), el cual genera bastante tensión en el espectador al escuchar todo lo que sufrió.
Las actuaciones son irregulares y algo monótonas, especialmente la de Sabrina de la Hoz, quien interpreta a Natalia, la hija del general, quien, a pesar de vivir encerrada en casa con sus papás, que su hija se pierda por momentos y que probablemente su esposo también desapareció por culpa de su padre, son muy pocas las emociones que expresa.
Margarita Kenéfic, encarna a Carmen, la esposa del General- quien fiel a sus valores anticuados, le ha aguantado todo a su marido- muestra un poco mas de expresión, pero también se ve ayudada por el buen trabajo de maquillaje que usan para mostrar su deterioro físico.
Quien sí sobresale es María Mercedes Coroy, quien casi sin diálogos logra proyectar miedo, fiereza y sobre todo un gran aire de dignidad, los cuales vuelven muy interesante a su personaje Alma.
El uso del agua cada que aparece Alma y la fotografía, son de los pocos aciertos de la cinta, juzgándola como película de terror. Afortunadamente, cumple con creces en la parte de crítica social, al plasmar de manera efectiva y sin caer en la cursilería, como el machismo, clasismo y racismo están arraigados en la sociedad latinoamericana, pero también deja un aire esperanzador, al mostrar como cada generación- abuela, hija y nieta- ha ido dejando atrás esos conceptos, aunque sea a paso lento.
Aunque el final se siente algo apresurado, irónicamente al compararse con toda la cinta, el desenlace resulta satisfactorio y deja ver que hay un cineasta quien a pesar de sus errores de ejecución, cuenta con una voz propia, lo cual siempre es refrescante.