Con ¡madre! (mother!), Darren Aronofsky sacude las fibras del espectador una vez más. Nos presenta un relato extravagante que inunda la pantalla de mensajes construidos a partir de una miríada de referencias que van desde pasajes bíblicos hasta cuentos clásicos como Barba Azul de Perrault.
Con un tratamiento visual y sonoro magistrales, Aronofsky nos introduce a un universo del cual muy pronto querremos escapar.
La cinta abre con la imagen de una mujer en llamas. El fuego ha consumido todo, pero el día resurge de entre las cenizas y una nueva mujer, interpretada por Jennifer Lawrence, despierta. Luego lo conocemos a Él (Javier Badem).
La pareja vive en una casa alejada de la civilización. Él, afamado poeta, pasa por un periodo de bloqueo creativo. Ella, su Musa, se dedica a reconstruir con todo cuidado la casa que fue destruida por el fuego.
Viven en tensa armonía hasta que toca a la puerta un hombre (Ed Harris). El poeta, ansioso de nuevos estímulos, lo invita a quedarse, rompiendo la paz que su Musa había tardado tanto en construir.
Tras la llegada del hombre, aparece su mujer (Michelle Pfeiffer) y luego sus hijos. Una familia llena de envidia y conflictos a la que no le importa invadir y ensuciar lo que no es suyo. Pasan por encima de la Musa con la venia del poeta, quien, por el gusto de ser admirado, permite todo.
Aronofsky se asegura de hacernos sentir invadidos, pisoteados, impotentes e incluso mareados de la mano de la Musa que, con la voz atorada en la garganta, no logra poner un alto a los atropellos del poeta.
En apariencia, la trama no es compleja, lo intrincado es la alegoría alrededor de la dicotomía creador/creación.
Quizá, sin los referentes adecuados, el espectador podría perderse de cierta información, pero no hace falta leerse la Biblia entera para entender que la descomposición de la condición humana y el ego del macho dominante son los temas que más resuenan en la cinta.
Y, por otro lado, está la madre con “eme” minúscula. Ya desde el título, Aronofsky nos anuncia que éste será un retrato de la fuerza dadora de vida minimizada. Ese ser intangible, dulce y etéreo que prepara el espacio para recibir lo más preciado que puede venir de ella es la Madre, la Diosa, la Musa, la Tierra y es a Ella a quien no alcanzamos a ver porque tenemos la vista obnubilada por Él, pseudocreador y genio megalómano que sacrifica todo para saciar su sed de alabanza.
Si quieres saber más sobre Barba Azul y ¡mother!, lee este ensayo.