por Miguel Mora Vargas
Cuando la Justicia se revierte, lejos de resolver las prioridades de los afectados, se convierte en un arma de doble filo, y termina dañando a los que supuestamente hay que proteger.
Entonces se provoca un contrasentido social en donde las partes afectadas sufren el letargo de la aplicación de la ley y tienen que luchar para subsistir hasta obtener una resolución favorable. Ese es el planteamiento de Alanis (Argentina, 2017), una película dirigida por Anahí Berneri, y escrita por ella misma en colaboración con Javier Van De Couter.
La película cuenta la historia de Alanis (Sofía Gala Castiglione), una madre soltera de 25 años desplazada de Cipolletti (ciudad ubicada al Oeste de Argentina), su lugar de origen, que vive en un reducido departamento en el centro de Buenos Aires junto con su pequeño hijo Dante (Dante Della Paolera) y Gisela (Dana Basso), una amiga veterana que le ayuda a cuidar al niño. Ambas ejercen la prostitución.
Al poco tiempo, el lugar es allanado por dos policías haciéndose pasar por clientes, este operativo las toma por sorpresa y pronto se verán acorraladas por una serie de personajes que dicen representar a la asistencia social y que han llegado ahí por denuncias de sus vecinos. Su misión, según explica una trabajadora social, es clausurar el lugar para proteger a Alanis de Gisela que es acusada de proxeneta.
Lo absurdo de todo esto es que lejos de proteger o ayudar a Alanis, la hunden en una situación de indigencia. No solo arrestan a su amiga que es su soporte para cuidar a su hijo de año y medio, sino que también la dejan sin dinero y sin teléfono. Además, para complicar su situación aparece el dueño del departamento y la deja a ella y a su bebé literalmente en la calle.
Es entonces que comienza su deambular por lugares y camas prestadas; trabajos con remuneraciones insuficientes; conflictos con la burocracia de la asistencia social; clientes perversos; sexoservidoras violentas que defienden su territorio, y una tía que la amenaza con correrla de su casa constantemente.
No obstante, Alanis no se doblega, aunque prefiere prostituirse a limpiar letrinas, mantiene su dignidad, sabe que no tiene una salida fácil, pero hay algo que la distingue de los demás: jamás deja de proteger a su hijo, de amamantarlo y mantenerlo lejos del peligro.
Alanis es una película que conserva el ritmo, que no se detiene a hacer análisis de las personas porque no hay tiempo. La protagonista debe librar el día a día, más que señalar a buenos o malos como podría ser el caso de los agentes implicados en los servicios sociales, pero solo los retrata dentro de su ineptitud e incomprensión para ejecutar las leyes de forma debida.
Paradójicamente, en Argentina como en otras partes del mundo, la prostitución es legal pero regentear un burdel es ilegal, es por eso que la cinta hace hincapié en exponernos los riesgos que corre Alanis al ejercer la prostitución por su cuenta en un hotel de paso, encerrada con un cliente drogado que lo que quiere es oír obscenidades para excitarse. Una escena bien lograda que demuestra el desapego del personaje a lo que está sintiendo.
Pero aún más tensa es la situación por la que tiene que pasar al salir del hotel cuando es perseguida por un grupo de sexoservidoras que la asechan hasta golpearla para marcar su territorio.
Como corolario, la película nos muestra un retrato familiar compuesto por prostitutas en un burdel, en donde Alanis puede trabajar mientras sus compañeras cuidan a su hijo, cargándolo y entreteniéndolo. La metáfora queda clara, la solidaridad humana no está reflejada en las leyes truncas que ocultan la hipocresía de la sociedad tratando de decirle al mundo: “estamos haciendo lo correcto”.
El trabajo de dirección de Anahí Berneri es claro y eficiente, no se desvía ni se recarga en el melodrama para crear un sentimiento de compasión, al contrario camina junto a su personaje sin dejarlo tropezar, va abriéndole las puertas con emplazamientos sencillos para que su intérprete, Sofía Gala, pueda moverse holgada y controlar la escena.
Alanis fue la obra más premiada en el Festival de San Sebastián 2017, al recibir la Concha de Plata a mejor dirección y mejor actuación de Sofía Gala Castiglione. También obtuvo Mejor actriz en los premios Sur. Cuatro nominaciones en el Festival de La Habana 2017. En los premios Fénix 2018 fue nominada a mejor película, dirección y actriz, entre otros.
La película se proyectará en la 65 Muestra Nacional de Cine en Cineteca Nacional y en los cines que cubren el circuito de la muestra.