Sueño del Fevre, la novela de vampiros de George R.R. Martin, se edita por primera vez en nuestro país por Plaza & Janés.
por Miguel Angel Aispuro Ramírez
[av_dropcap1]A[/av_dropcap1]bner Marsh es un hombre viejo, poco agraciado. Algunos dirían, aunque no frente a él, que es el hombre más feo del río. Ciento cincuenta kilos y un metro ochenta de altura, el rostro lleno de verrugas y una nariz chata, apenas disimulados por una barba oscura e hirsuta.
Es abril de 1857 y lo ha perdido casi todo: su flota de barcos de vapor fueron devorados por el Mississippi. Aún así, sus ojos porcinos permanecen desafiantes y orgullosos, sin una pizca de autocompasión. Del otro lado de la mesa se sienta su reverso elegante, Joshua York: un rostro bellísimo de una edad incierta contrasta con la blancura absoluta de sus cabellos, sus ojos son grises y algo parecido a la fiebre y al fanatismo los inunda.
Abner Marsh tiene un sueño: construir el barco de vapor más veloz que haya navegado el Mississippi. También el más bello, el más lujoso y el más grande. Y ganarle una carrera al Eclipse. Un sueño de fiebre y delirio a la vista de su ruina. Y ese otro hombre misterioso, con un dejo de aristócrata europeo, es capaz de cumplirlo a cambio de excéntricas condiciones y confianza ciega. Joshua York también tiene sueños sobre el río y ambos se necesitan mutuamente para cumplirlos.
Sueño del Fevre (Plaza & Janes, 2018) de George R.R. Martin es una audaz reinvención del vampiro. Su novela navega el centro de un triángulo imaginario formado por Drácula de Bram Stoker, Soy leyenda de Richard Matheson y las Crónicas Vampíricas de Anne Rice. Los vampiros de Sueño del Fevre se acercan a la exquisita crueldad, la inhumanidad y el destino trágico de Drácula; son abordados también desde el punto de vista científico y social de Soy leyenda (esa gran metáfora de la segregación racial) y, por último comparten los aires de decadencia y rancia aristocracia, la melancólica voluptuosidad y la Nueva Orleans del siglo XIX de las novelas de Anne Rice.
George R.R. Martin es un maestro de los tonos grises. Sus personajes son deliciosamente humanos, cercanos y todos, en su momento, resplandecen como si estuvieran vivos y completos. Sus villanos se vuelven transparentes y dignos de comprensión y compasión; sus héroes demuestran sus fisuras y a través de ellas, brillan. Sueño del Fevre no es un drama sobre el bien y el mal, ni siquiera sobre vampiros contra humanos, es una historia sobre el sueño de la belleza y la transcendencia, sobre la amistad y sobre las cosas hermosas que inevitablemente mueren.
¿Y qué mejor escenario para representar ese drama que el Antebellum (esos años entre la Independencia y la Guerra de Secesión) de una nación en su arrogante adolescencia? El Progreso avanza implacable, domina los territorios salvajes. La máquina de vapor lo determina todo: ha conquistado al poderoso río, inmortal, primigenio; le ha impuesto al Mississippi el lujo y la tecnología, la opulencia de las mansiones, ha concretado la conquista del Hombre en los buques de vapor. Y conforme esta conquista tecnológica avanza, las formas de pensar del Norte (de comercio e industria) se distancian del pensamiento del Sur (erigido sobre las espaldas de los esclavos y las cosechas de algodón), una distancia que solo puede volcarse en el inevitable desenlace de la Guerra Civil.
Los barcos de vapor de George R.R. Martin son un microcosmos que representa a una América de castas, de estratos y razas. Pasajeros que viajan a todo lujo con sus dormitorios reservados, comiendo y bailando en los lujosos salones; inmigrantes que duermen en la cubierta, hacinados y padeciendo hambre; los maquinistas negros (emancipados) en las entrañas del barco alimentando las calderas; algunos barcos transportan esclavos encadenados, apilados como cualquier otra mercancía. Una especie de cadena alimenticia. Y, encima de todo, los vampiros, que los contemplan a todos indistintamente como ganado.
Sueño del Fevre es una refrescante novela sobre vampiros que juega con nuestras expectativas y preconceptos del mito para reinventarlos. Es, también, una novela sobre el valor de la amistad y los sueños imposibles y también una novela sobre mundos majestuosos que se extinguen inevitablemente, consumidos por el río. Y, como diría Keats a través de los labios de Abner Marsh: no hay nada tan triste como algo que hermoso que se muere.