Reseña del libro Las llaves del reino, de Eduardo Sacheri, que reúne sus columnas sobre futbol, publicadas en el diario argentino El Gráfico.
por Concepción Moreno
Como todo aficionado al futbol, puedo contar mi vida en grandes momentos en la cancha. Yo, por ejemplo, puedo pensar en el primer campeonato de los Pumas del que tengo memoria, el de la temporada 90-91, o hablar de uno de mis primeros amores con quien celebré el bicampeonato de 2004.
Ser fanático deportivo es un camino a la gloria, pero muchas más veces un sendero reseco y triste de frustraciones. “No sé cómo se sentirán los hinchas del Real Madrid o del Barcelona”, dice Eduardo Sacheri en su libro Las llaves del reino (Alfaguara), “pero somos más los que amamos a un equipo perdedor”.
En el caso de Sacheri su pasión son los rojos del Independiente, su equipo desde la infancia. (Se puede cambiar de pareja, de partido político, pero no de equipo de futbol). Casi se diría que Sacheri nació rojo: no recuerda una época en la que no fuera hincha de Independiente, uno de los equipos más clásicos del futbol argentino.
En Las llaves del reino Sacheri reúne una colección de sus columnas publicadas en El gráfico, el diario futbolero más importante de la Argentina. En esas columnas, divertidas y profundas al mismo tiempo, Sacheri da un repasón por toda la cuestión de ser aficionado, de siempre estar desde la tribuna y nunca, o casi nunca, en la cancha.
En un texto, por ejemplo, habla de aquellos que llegan a las selecciones sub-17 o sub-20 y que se quedan nada más en eso, promesa, ecuación que no se resolvió. Caminan diferente en el campo de la cascarita (del “solteros contra casados” como le dicen los argentinos a los partiditos informales). “¿Sabés con quién jugó ese pibe?”, dice alguien. Y resulta que con aquel que juega en Alemania o este que la está rompiendo en el River. El futbol es veleidoso.
En algunas de sus entradas más conmovedoras el escritor habla de la relación triangular entre Independiente, él mismo y su hijo. Al hijo lo ha convertido en rojo y comparten el mismo dolor en cada derrota. Una escena: Sacheri está en un aeropuerto en sabrá-dios-dónde y su celular no deja de sonar: es su hijo dándole actualizaciones del campeonato que juega Independiente. Y Sacheri se siente culpable de haberle transmitido el bicho al pibe. No lo llevó al campo del triunfo sino al del calvario. Y el celular suena y suena.
Las llaves del reino es un buen libro para llevar en la bolsa ahora que tenemos el Mundial encima y lo que parece ser una mala pasada más para el futbol mexicano. Sacheri, hijo después de todo de un país con dos campeonatos, escribe del estoicismo del fan: estaremos ahí cantando el “Cielito lindo” en la cantina aun cuando Alemania nos encaje un 5-0. Diremos: “Nos recuperamos con Corea y le sacamos el empate a Suecia”. Porque así somos los fans, absurdos y testarudos.
Eduardo Sacheri lo sabe bien y lo que hace es narrarnos lo que ya deberíamos saber pero que no sabemos, o que redescubrimos cada domingo en el estadio. Esa suerte de inocencia, ese maldecir a la estrella del equipo porque solo metió dos goles y no los tres que, ay, nos habrían dado el triunfo.
Toda la parafernalia, jerseys, banderas, cánticos y caras pintadas, significa un gran triunfo del mercado, otro tema que Sacheri no pasa por alto. De todos modos, aunque nos expriman, ahí estaremos. Y si sucede este 17 de junio algo glorioso y le anotamos a los teutones, ni lo duden: yo dirijo la porra. Ah, qué hermoso es el futbol.