Al final, nada importaba si Elvis Presley subía a escena, como lo hace en la vertiginosa biopic del director australiano Baz Luhrmann. Y es que el público que contemplaba al rey del rock asumía que no sólo estaba frente a un personaje carismático y disruptivo de la industria musical, transformador de los valores sociales de su época a través de sus espectáculos. Sobre todo, su legión de fanáticos y detractores, atestiguaban la impronta de uno de los mayores ídolos de la cultura pop de todos los tiempos.
Más que una biografía precisa y acaso árida, la nueva película de Luhrmann, Elvis recrea la historia de un mito fulgurante capaz de romperlo todo con su música. Y lo hace con poderosos torrentes visuales y sonoros que lucen como un frenético, extendido e imparable videoclip.
La sobreestilización fastuosa característica del cineasta australiano, su barroquismo a cuadro —que calza perfecto con el carisma estrafalario de Elvis— y el amor por el personaje que despliega en la cinta, parecen un acto de justicia que se logra en esta biopic musical que se coloca ya como una de las mejores de ese subgénero.
La sustancia biográfica, en rigor, no falta. Está ahí, y brinda márgenes a la historia, de voz de un cínico pero visionario estafador de circo que habría de convertirse en discutible manager de Elvis: el Coronel Tom Parker (Tom Hanks). Pero es más el origen de la fascinación musical que Elvis encuentra y luego ofrece, la electricidad anímica y sexual producida por su voz y movimientos y, desde luego, el talento avasallante del rey pionero del merchandising lo que a Luhrmann le interesa proyectar.
Elvis (Austin Butler) fulgura como una suerte de Capitán Marvel —ídolo de su infancia— que demuele las formas y su conservadurismo social, político y mediático, con su principal y cautivante superpoder: el canto. Uno de raíces negras, afroamericanas fusionadas con country, que no es posible ni deseable encontrarlo sin su desinhibida expresión corporal: el baile.
Las actuaciones de Butler y Hanks son fascinantes y sumergen al espectador ya desde la caracterización. La apariencia de Hanks es distorsionada, fársica por momentos, como énfasis del carácter no naturalista de de Baz Luhrmann o de esta aproximación a Elvis.
Austin Butler canta, baila, se pone en el vestuario de Elvis, pero no lo imita, sino que lo interpreta, lo que resulta aún más entrañable. Sin duda, es una consolidación en su carrera luego de aparecer en diversas series juveniles en canales como Nickelodeon y Disney Channel o de papeles complementarios como el de Charles Tex Watson en la cinta Once Upon a Time in Hollywood del director Quentin Tarantino. Buttler preparó su audición para el rol por más de dos años. Luego de haber protagonizado el filme cayó incluso al hospital, extenuado. Seguramente obtendrá múltiples nominaciones en galardones cinematográficos próximos.
El soundtrack de esta película recupera el potente discurso musical de Elvis Presley e incluye, por supuesto, su grandes hits. Desde “Baby Let’s Play House” y “Hound Dog”, hasta “Burning Love”, “Suspicious Minds”, “Can’t Help Falling in Love” o “Unchained Melody”. Elvis es el rey, desde luego, y alterna con la voz de Butler, pero también se suman algunos colaboradores invitados como Kacey Musgraves, PNAU, Doja Cat, Eminem, Ceelo Green, Swae Lee, Nardo Wick e incluso Måneskin. El resultado es un inmersivo tejido sonoro parecido al de un colorido e intoxicante rave.
Aunque la tragedia y la tristeza subyacen en ese mundo luminoso, lleno de excesos. La fama y el dinero que alcanza para Cadillac’s y Yates, para mantener a la parasitaria mafia de Memphis o proteger de carencias a sus padres, no libran a Elvis del daño propio y ajeno. Nada de ello lo salva de las tentaciones del lado oscuro o del mayor de los peligros: el amor.
Cuando te sientes perdido y lo demuestras, los demás abusan de ti, dice Elvis, o dice el Coronel Parker que lo dijo. Y Elvis se sintió perdido muchas veces. Sólo parecía encontrar su rumbo en los desafíos de su música, de su canto y de su decidida voluntad de no someterse a los viejos parámetros políticos y mediáticos que ansiaban neutralizarlo.
Elvis está ahí todo el tiempo, incluso en su incursión al cine, en su servicio militar y en la dolorosísima pérdida de su madre mientras estaba encuartelado; y, sin embargo, sólo luce como una estrella fugaz camino, justo, a estrellarse y desaparecer.
El ritmo implacable de la película, metáfora de la industria que plasma, no permite demasiada intimidad ni reparos personales. Todo lo que no es musical, parecería ruido, uno que agota por dentro al rey del rock. Y, a lo largo de los más de 150 minutos de esta biopic, hay ruido suficiente para destrozar a cualquiera.
Elvis lo sabe y lo siente: cuando los demás no paran de hablar, es necesario escuchar a la gente que quieres. Y, si no la tienes, entonces es momento de escucharte a ti mismo y dar pie al inevitable soundtrack de tu vida. Elvis murió a los 42 años de edad. Pero la película de Baz Luhrmann demuestra que esta clase de superhéroes no se clasifican en vivos y muertos, sino en el alcance de sus poderes. Los de Elvis continúan intactos y se incrementan. Cada día canta y baila mejor.