La humanidad ha evolucionado, ya no sufre infecciones ni siente dolor. Algunas personas como Saul Tenser (Vigo Mortensen), incluso han llegado a desarrollar de manera espontánea órganos en el interior de sus cuerpos, lo cual ha generado el debate de si realmente son órganos, o simples tumores, y que, como tales, deben ser removidos del cuerpo. Este futuro decadente es en el que se desarrolla la película mas reciente del canadiense David Cronenberg, Crímenes del futuro.
Tenser decide explotar su extraña habilidad, montando un performance con su pareja Caprice (Léa Seydoux), en el que enfrente de público, ella le extirpa los órganos, lo cual genera tal nivel de excitación entre los presentes, que lleva a definir a la cirugía como el nuevo sexo.
Tras ocho años de ausencia, Cronenberg vuelve a la silla de director y escritor, para traernos una película que funciona de manera perfecta como una síntesis de su trabajo, ya que vemos varias de sus obsesiones — body horror, la transferencia del placer sexual y el deterioro del cuerpo—, que nos fueron presentadas en cintas como La mosca (1986) y Crash (1996).
Sin embargo, de la que más elementos toma es de su homónima de 1970, en la cual también vemos un personaje con la misma habilidad de Tenser, y también se la pasa envuelto en una especie de capa, aunque en esa versión es amarilla.
La diferencia radica en que en esa cinta lo usa más para expresar el miedo a las enfermedades venéreas (también visto en La mosca) y los órganos son más como una nueva maternidad ante la falta de mujeres.
El problema es que, si no eres fan del director, o no conoces lo más representativo de su obra, la película no funciona. Para empezar, abusa de los diálogos expositivos, los personajes nos cuentan la situación del mundo en el que viven, el intento de control del gobierno y las sociedades rebeldes, sin embargo, estos elementos raramente son mostrados, por lo que todo se vuelve tedioso. Habría funcionado mejor tener un narrador como en la versión setentera.
Aunque las actuaciones son buenas —resalta Kristen Stewart, pues a pesar de que su personaje Timlin es el estereotipo de la bibliotecaria tímida, que se transforma en un ser super sensual, ella lo vuelve creíble—, el problema es que ningún personaje tiene un desarrollo, por lo que el espectador no puede establecer un vínculo con ninguno, así que nunca se siente esa sensación de peligro por ellos, y las muertes carecen de peso.
Los escenarios también son bastante pobres, ya que, aunque logran transmitir la sensación de decadencia, es por las locaciones que parecen cualquier ciudad pobre latinoamericana, no por un verdadero esfuerzo de la producción. Los pocos aparatos “futuristas” parecen sacados de la venta de garage de Alien y del museo de H. R. Giger.
Se nota que ahí sigue el genio de sus cintas anteriores, son interesantes las ideas por la obsesión por la fama, las sociedades secretas, el gobierno tratando de regular el derecho sobre nuestros cuerpos, y la flagelación con tal de sentir algo, pero se quedan en ideas al aire que nunca termina de desarrollar.
Pareciera que Cronenberg mete sus obsesiones de siempre solo por complacer a los fans, sin embargo, sus intentos por perturbar a la audiencia se quedan cortos —lo mismo que le paso a Paul Verhoeven en Benedetta— pues son cosas que ya ha mostrado previamente, y que cineastas a los que claramente ha influencia como a Julia Ducournau, directora de Titane, ha llevado a un nuevo nivel.