Tras perder a su hijo Carlo durante la gran guerra, el otrora respetado y admirado carpintero italiano Geppetto se ha convertido en un ebrio sumido en la depresión. De esta sombría forma comienza Pinocho de Guillermo del Toro.
Con el prólogo de la cinta, el director deja claro dos elementos fundamentales de su adaptación del clásico infantil: por un lado la muerte, como parte natural de la vida (con todo y alegorías religiosas), será primordial en la trama, y luego, quizás lo más radical, su versión no será infantil, pero no porque no la puedan ver los niños, simplemente, no está dirigida a ellos.
Para empezar, Pinocho (Gregory Mann) es un monstruo (y no solo por su diseño), de hecho, su concepción, además de ser un gran homenaje a Frankenstein de Whale (1931), es resultado de una borrachera de Geppetto (David Bradley) , fruto de la rabia por la injusta pérdida de su hijo.
Y para que no quepa duda de su monstruoso origen, la secuencia en la que vemos por primera vez con vida a la marioneta, tiene toques que recuerdan a Aliens (1986) y a una de las escenas del corte de William Friedkin, director de El Exorcista (1973).
También destaca que la película tiene un “mensaje”, pero no es el de hacer caso a tus padres, por el contrario, es el de rebelarte, ya sea del maltrato físico o mental de tu familia, de la explotación laboral, y hasta el fascismo, lo cual hemos visto en trabajos anteriores del director, como Hellboy, El Laberinto del Fauno y El espinazo del Diablo; sin embargo, en esta ocasión el arma para combatir al tirano es el humor, burlándose tanto en la trama como de manera meta de Benito Mussolini (Tom Kenny).
De hecho, la cinta tiene bastante humor, el cual sirve para aligerar su tono lúgubre, y a veces darle un toque mexicano, especialmente en las intervenciones del narrador y guía del niño de madera, Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) quien porta un violín con el que nos recuerda a Cri-Cri.
En el apartado técnico cabe resaltar que la película esta codirigida por Mark Gustafson, quien tiene amplia experiencia en el stop motion, una de las razones por las que la animación se ve tan fluida, además del talento de todos los animadores -incluidos los mexicanos de El Taller del Chucho, sin olvidar que las marionetas están diseñadas por The Jim Henson Company, el mismo de los Muppets.
Cabe aclarar que a pesar de todo los puntos buenos, la película tiene ciertos fallos, las canciones, aunque cumplidoras, no son lo suficientemente memorables y por momentos se sienten fuera de lugar, además, la existencia de algunos personajes como Candlewick (Finn Wolfhard) aunque necesaria para la trama, se siente forzada.
Afortunadamente, los aciertos de la película –que funciona como síntesis de toda la obra del director tapatío (incluso aparece su actor de cabecera Ron Perlman, y algunos que empiezan a repetir como David Bradley, Tim Blake Nelson, y Cate Blanchett)—, superan los pequeños baches mencionados, dándonos un final melancólico, pero sobre todo coherente con la premisa de aceptar nuestra condición humana, finita pero con libre albedrío; para defenderla y defender nuestros principios para no perder nuestra esencia por nadie, ni siquiera por un ser amado.
