21 de julio de 1969. El mundo entero se postra ante sus televisores para ver a Neil Armstrong convertirse en el primer hombre en pisar la luna.
El primer hombre en la luna(First Man, EU, 2008), el nuevo filme del multiaplaudido, multipremiado y multitalentoso, Damien Chazelle consagra al joven director como un cineasta en toda la extensión de la palabra.
Aquellos que pensaban que Whiplash (EU, 2014) había sido tan solo un destello de lucidez, comprobaron con La La Land (EU, Hong Kong, 2016) que el joven director de 33 años tiene una inusual capacidad para la narrativa visual. Y, cuando pensábamos que su campo de acción sería siempre la música, Damien nos sorprende llevándonos a la luna de la mano de Ryan Gosling.
A veces, parece que la vida de aquellos osados personajes de la historia que realizaron asombrosas hazañas o que hicieron trascendentes descubrimientos se reduce al momento en el que alcanzaron la meta: ese 21 de julio que indica la culminación de toda una era en la carrera espacial, por ejemplo.
Lo grandioso de la nueva cinta de Chazelle es que toma al hombre y, al tiempo que muestra su problemática, construye el drama de cómo alcanzó su objetivo a pesar de sus fantasmas, sus debilidades, sus fallas de carácter y sus heridas.
Todo esto enmarcado en la ambición estadounidense por conquistar el espacio antes que los rusos. “¿A qué costo?” pregunta el jefe de la misión tras haber perdido a, al menos, seis hombres y millones de dólares en maquinaria por fallas técnicas. La pregunta llega tarde porque de nada valdrían esas bajas si no siguieran adelante.
La primera escena de la cinta genera absoluta tensión dramática al mostrarnos una realidad sobre los vuelos espaciales que nunca habíamos visto en pantalla: la respiración entrecortada y la cámara tambaleante, aunados a una cuenta regresiva que se difumina tras el metal chirriante, anuncian que la nave está por despegar. Es Armstrong quien tripula la pequeña nave que se dirige a atravesar la atmósfera de nuestro planeta, y aunque parece que no es la primera vez que lo hace, todo en él indica que el trance es incluso doloroso, pero todo vale la pena por ver al Planeta Azul desde el espacio.
En esta presentación, Chazelle tiene el cuidado de hacer evidente la capacidad de respuesta de Armstrong ante el peligro, de su carácter y valentía, ya que así como el despegue es difícil, el regreso lo es más, pero Neil regresa con bien a tierra firme para encontrarse con su hermosa familia. Aún así la vida del astronauta en la Tierra no es para nada un sueño: su pequeña hija Karen de tres años sufre una enfermedad terminal y, a pesar de los cuidados minuciosos que le proveen Neil y su esposa, la pequeña fallece, dejando una fuerte herida en toda la familia.
Armstrong, como el típico hombre fuerte de la época, no sabe cómo confrontar esa pérdida, por lo que se traga todo su dolor y se presenta como candidato para el programa Apolo que planea enviar una misión a la luna. Janet (Claire Foy) la encantadora esposa de Neil hace todo por apoyarlo y poner siempre una buena cara ante la adversidad, aunque le duela igual o más que a Neil la pérdida de su pequeña hija, sin embargo, al poco tiempo la pareja vuelve a embarazarse y, ante los ojos del mundo, todo sigue como si nada.
Aún así, los siete años que transcurren para que el programa tenga éxito y que Armstrong alcance a pisar el satélite que contempla cada noche, están llenos de pérdida, dolor, sacrificio y fracaso. Y es que, como menciona en algún momento el propio Armstrong, “sin fracasos, no podemos mejorar”. Ahí está el acierto de esta cinta: la NASA no es infalible, los astronautas se marean, se desmayan, vomitan… son humanos, vaya, no hombres de otro mundo con visión 20/20. Pero eso sí, son hombres especiales: no cualquiera arriesga su vida por ir a explorar un lugar del que todos saben que es muy probable que nunca regrese.
Tras la pérdida de varios amigos entrañables y compañeros de misión, Armstrong termina por ser nombrado capitán del Apolo 11 y sus compañeros serán Buzz Aldrin (Corey Stoll) y Michael Collins (Lucas Haas).
Pero al hacer sus maletas en la víspera de la misión más importante de la carrera espacial, Armstrong no logra enfrentar su realidad familiar: despedirse como Dios manda de su familia. Entonces, Janet, finalmente, lo confronta para que vaya y se despida de sus hijos, a los que, muy probablemente, no volverá a ver nunca más.
Pero, como ya sabemos, la misión es un éxito y Armstrong, junto con su tripulación, regresa a Tierra para contarlo.
El primer hombre en la luna va más allá de narrarnos la hazaña que logró la NASA y su equipo de astronautas el 21 de julio de 1969, es la historia de un hombre valiente que puso en riesgo todo por su sueño de ir más allá y hacerlo como nadie.
Chazelle y Gosling son una mancuerna inigualable que, es evidente, se comunican bien entre ellos para transmitir al espectador la emoción de la historia sin caer en el melodrama.
Ya veremos con qué otra historia fabulosa nos sorprende Chazelle en un par de años, mientras tanto, disfruta de este viaje a la luna.