El pasado 19 de septiembre, en el aniversario de la tragedia que sacudió a México hace 33 años y luego hace un año, fui a ver El día de la unión (México, 2018), escrita, dirigida, producida, actuada y editada por Kuno Becker.
La verdad, le tenía fe, no sólo porque conozco el esfuerzo de años que implica levantar un proyecto de esa magnitud y el trabajo titánico de los cientos de personas que hay detrás, sino porque al ver los trailers, algo en mí dijo: parece que esta película abrirá el camino del cine mexicano para que el público vuelva a creer en sus grandes producciones. Pero, con gran desilusión, debo decir que Kuno me falló.
Y no es porque mis expectativas estuvieran en la estratósfera, yo tenía muy claro que no era una obra maestra, pero es triste ver cómo alguien que tiene todo para sacudir a la audiencia: el tema, los recursos, un equipo talentosísimo, la tecnología e incluso material inédito real, lo echa todo por la borda por una sencilla razón: su ego.
Y es que a Kuno poco le faltó para quitarle la cámara a Rodrigo Mariña Coy sólo para colgarse también el título de Director de Fotografía. Por cierto, un trabajo impecable el de Mariña, quien logra transportarnos en el tiempo 33 años atrás gracias al color y la textura de sus imágenes, que, en conjunto con el trabajo de Adela Cortázar en el Diseño de Vestuario, de Rafael Mandujano en el Diseño de Producción y de los impecables Efectos Especiales de Ricardo Arvizu, logran que la cinta destaque visualmente.
El gran problema es que parece que a Kuno no le gusta que le digan lo que está mal y en vez de apoyarse en un guionista profesional, como lo hacen los grandes cineastas, se aventó demasiados trompos a la uña y de lo que hubiera podido ser una gran película sobre la valentía, el arrojo, la compasión y el compañerismo del pueblo mexicano ante la tragedia, lo que nos entrega es la anécdota de un tipo desobligado, déspota y egoísta a quien —a diferencia de lo que hemos demostrado ser los mexicanos cuando nos hemos visto en estas circunstancias— lo único que le importa es resolver sus problemas a como dé lugar sin importarle arrastrar a la muerte a todos los que tiene alrededor.
La cinta empieza con Max (Kuno Becker) llegando tarde por su hijo Tico (Rodrigo Cid) para llevarlo a la escuela. Su ex esposa, Paula, (Aurora Papile) es una periodista encargada de investigar un caso de corrupción. A pesar de que están separados, Max sigue enamorado de ella, pero se siente herido y frustrado porque ella ya tiene otros planes.
La cinta inicia bien, con la tensión in crescendo porque Max, en vez de llevar a Tico directamente a la escuela, decide hacer una breve escala en Notimex para entregar un reportaje y deja al pequeño, acompañado de su perro, en el sótano dos del estacionamiento. Los minutos avanzan y Max, por más que se apura, no logra desembarazarse de su jefe.
Entretato, conocemos a Javier (Armando Hernández), un Ingeniero Civil viudo que, a falta de trabajo, ha decidido emplearse como taxista. Este hombre, a quien la vida ha tratado mal, vislumbra una esperanza en la guapa pasajera que lleva hacia el Hotel Regis ya que la chica insinúa que le gusta y hasta le da su teléfono.
El reloj marca las 7:17am. y Max, aún en el centro de noticias, presencia cómo las paredes se desmoronan, los vidrios se revientan, la gente muere y él queda atrapado entre los escombros del edificio que se viene abajo.
Y, junto con los edificios, la película también se cae. Lo que prometía ser una historia épica sobre los héroes del terremoto con altísimas posibilidades de estrujarnos el corazón hasta las lágrimas, se transforma en un retrato patético del típico hombre que pone en riesgo a todos por egoísmo.
Mientras Javier se une a un grupo de rescate ciudadano liderado por un paramédico y rescatista profesional (Gustavo Sánchez Parra), Max yace inconsciente en una camilla improvisada, para despertar a la pesadilla de que lo más probable es que su hijo esté muerto, sepultado entre los escombros.
Javier le explica que es casi imposible que el niño haya sobrevivido estando en el sótano dos del edificio, pero Max enloquece, le quita la pistola a un policía que yace moribudo y amenaza a Javier para que lo lleve en busca de su hijo.
Evidentemente, este giro desagradable de la cinta se lleva al traste el resto de la trama, aunado a una especie de complot organizado por Félix (Álvaro Guerrero), el artífice del fraude que investiga la ex esposa de Max. El asunto es que dentro del centro de noticias se encuentran todos los documentos que incriminan a este señor, quien, de la mano de Román (Mario Zaragoza) deciden que lo mejor que pueden hacer para salvar el pellejo es provocar una explosión que termine con cualquier evidencia sin importarles que haya sobrevivientes entre los escombros o voluntarios ayudando a rescatarlos.
Poco a poco, la trama, que parecía prometedora al inicio, se desteje para dejarnos incrédulos ante una serie de incongruencias que atentan contra la inteligencia del espectador.
Aunque he de aceptar que hubo un par de momentos en los que se me erizó la piel y una que otra lágrima rodó por mi mejilla, no puedo darle crédito de esto a la historia del señor Kuno, salvo porque incluyó en la cinta imágenes originales otorgadas por Televisa de un Tlatelolco devastado; un ejército de civiles dando todo por su prójimo; un Parque Delta atestado de cadáveres, y un Jacobo Zabludovsky con la voz quebradiza cubriendo la tragedia.
El día de la unión pudo marcar un antes y un después en la historia del cine mexicano, pero la soberbia de su creador la llevó al fracaso.
1 comment
Entonces no debería llamarse así la “película”