Para la interpretación en vivo de las obras de Elfman, que fueron acompañadas por videos con bocetos originales y secuencias de las películas de Burton proyectados en pantallas gigantes, se contó con la Camerata Metropolitana y el Coro EnHarmonia Vocalis, bajo la dirección de John Mauceri, quien ha hecho la gira con el espectáculo por Europa y Estados Unidos desde su inicio.
El concierto fue atractivo y conmovedor ya desde la obertura de Charlie and the Chocolate Factory a la que le siguieron las respectivas suites orquestales de Pee-Wee’s Big Adventure, Beetlejuice, Sleepy Hollow, Mars Attacks, Big Fish, Batman y Batman Returns.
La ejecución de la Camerata Metropolitana respondió en gran medida a las exigencias concertadoras de Mauceri, si bien el sonido comenzó algo soso, sin desfogar del todo las frases. Sólo hasta que llegó turno a los sonidos que acompañan al hombre murciélago el trabajo de las cuerdas, así como el de los alientos metálicos, llegaron a la contundencia sonora y emotiva. Lo bueno es que así se mantuvo durante la velada.
El coro no logró plena claridad de voces, acaso por la sonorización que suele aplanar matices, pero tuvo una labor funcional, sobre todo en las vocalisés, para evocar pasajes burtonianos apreciados en contexto con los filmes.
Luego del intermedio se interpretaron las suites orquestales de Planet of the Apes, Corpse Bride (que no dirigió Burton, aunque sí fue parte del desarrollo y del equipo creativo en su momento), Dark Shadows, Frankenweenie, Edward Scissorhands (momento en el que la violinista Sandy Cameron interpretó una virtuosa cadenza vestida al estilo Eduardo Manos de Tijera), The Nightmare Before Christmas (en donde llegó el punto climático, ya que en el escenario apareció el mismísimo Danny Elfman quien cantó y actuó diversos pasajes a cargo de Jack Esquéleton en la película: “Jack’s Lament”, “What’s this?” y al lado de Jonathan Davis “This is Halloween”; la cantante mexicana Susana Zabaleta también fue invitada en esos episodios para cantar “Sally’s Song”). El cierre con un broche de oro largamente ovacionado fue la música de Alice in Wonderland, en la que el niño Jorge Hermosillo Zepeda tuvo una actuación con temple y muy aplaudida.
Los asistentes se mostraron cautivados con la combinación de música en vivo, bocetos gigantes y secuencias fílmicas que mostraron escenarios, objetos y figuras familiares en stop-motion o interpretados por actores como Johnny Depp, Jack Nicholson, Christopher Walken, Helena Bonham Carter, Danny de Vito, Freddie Highmore y muchos más actores que han tocado al público burtonianamente con su arte.
La importancia de Danny Elfman
Se podría decir que Danny Elfman (Los Ángeles, 1953) es uno de los compositores más reconocidos de la historia del cine, arte en el que ha sido nominado al Oscar en cuatro ocasiones.
También es de los más admirados y queridos por el público cinematográfico que tiene presente el soundtrack de cintas como American Hustle, Silver Linings Playbook, Milk, Spiderman, Men in Black, Mission Impossible, Fifty Shades of Grey, entre otros trabajos para la pantalla, incluida la icónica penetración en el mundo contemporáneo del tema de The Simpsons, que Elfman compuso en 1989.
En el terreno de la musicalización cinematográfica su importancia se ha medido con la de personajes como Ennio Morricone, Nino Rota, John Williams y se mide aún con Philip Glass, Trent Reznor, Hans Zimmer o Charlie Clouser.
Pero, sin duda, lo que más habla sobre la obra musical de Danny Elfman, con sus múltiples influencias, cultivo de géneros, con una mano orquestadora fabulosa, es su prolífica colaboración de cerca de 30 años con el cineasta californiano Tim Burton (1958).
Puesto que Elfman ha sido más que un musicalizador de Burton. Ha sido un co-creador de mundos y personajes entrañables en la mente del público, sin cuya intervención sonora creativa cuesta imaginarse las fascinantes aventuras en universos tan emblemáticos de la cultura pop como los de Batman, Eduardo Manos de Tijera, Willy Wonka, Jack Esquéleton o Barnabas Collins.
En esa vertiente, Tim Burton ha logrado lo que para todo artista constituye uno de los mayores retos: la creación de un mundo personal: ciudades color pastel, matices visuales altamente contrastados o urbes oscuras, atmósferas góticas, con frecuencia en melancólicas celebraciones como Navidad o Halloween, son escenarios para el deambular de personajes desenchufados del resto, sombríos, buleados, que más que extravagantes llegan a la clasificación de outsiders, freaks, weirds.
La obra burtoniana es un transitar por una dimensión habitada por monstruosidades empáticas, seres ojerosos tatuados por la noche y el desvelo, de cuencas muy hundidas pero ojos expresionistas, de cabellera alborotada, frecuentemente con suturas en el cuerpo, boca y nariz diminutas, pálidos, alargados, achaparrados, obesos, que enfrentan y terminan por asumir su extrañeza como un distintivo de naturaleza casi creadora y artística pero doliente.
Y la música de Danny Elfman ha estado ahí. Brindando la autopista sonora para que esos mundos cobren vida.