Esta reseña contiene spoilers
¿Que pasaría si en Hollywood cada quien hiciera lo que realmente debería hacer? Es decir, dejar a un lado su doble moral para crear historias incluyentes, capaces de inspirar y alimentar los sueños de toda una nación. Bajo este contexto, el productor Ryan Murphy viaja al Hollywood de 1948 para reescribir la historia y contarnos un “cuento de hadas” con final hollywoodense, capaz de alegrar nuestros corazones.
La mini serie Hollywood —disponible en Netflix con siete episodios de 50 minutos de duración (apróx)—, gira en torno a un grupo de personajes poco convencionales que tendrán la oportunidad de cambiar la manera en que se maneja la industria a través de una cinta estelarizada por una actriz de color, algo impensable para la época.
Al primero que conocemos es a Jack Costello (David Corenswet), un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial, casado, a punto de ser padre, cuyo sueño es convertirse en una estrella de cine. Así que todos los días va a la entrada del estudio ACE junto a un montón de personas con la esperanza de ser elegidos como extras en alguna filmación.
Luego tenemos al director Raymond Ainsley (Darren Criss), un joven director que acaba de firmar un contrato con ACE estudios. Él es mitad filipino y mitad blanco, lo cual suele ocultar pues podría perder oportunidades de trabajo. Su novia es una afroamericana aspirante a actriz llamada Camille Washington (Laura Harrier) quien tiene grandes sueños pero la realidad es que el sistema sólo le permitirá aparecer en papeles relacionados con la servidumbre.
También conoceremos a Archie Coleman (Jeremy Pope), un talentoso guionista de color que además es gay, quien tiene que trabajar en una gasolinería para pagar sus gastos. Cabe mencionar que dicha empresa es una fachada de prostitución que da servicio a gente influyente de Hollywood. Aunque también se vende gasolina.
El dueño de la gasolinería es Ernie (Dylan McDermott), un gigoló y padrote que por azares del destino tuvo que frenar su sueño actoral. Por cierto, Jack terminará trabajando en el negocio de la “gasolina” para poder mantener a su familia.
Los estudios ACE son propiedad del millonario y conservador Ace Amberg (Rob Reiner). Su esposa Avis (Patti LuPone) es una ama de casa frustrada que sobrelleva su vida con visitas ocasionales a la gasolinería. Ambos tienen una hermosa hija, aspirante a actriz y amiga de Camille, cuyo nombre artístico es Claire Wood (Samara Weaving).
El productor principal del estudio es Dick Samuel (Joe Mantello), un sujeto con gran sensibilidad cinematográfica, gay de clóset, que está cansado del sistema hollywoodense de doble moral. El brazo derecho de Dick es una talentosa mujer llamada Ellen Kincaid (Holland Taylor), quien tiene un estupendo ojo para encontrar nuevos talentos actorales.
Por último, tenemos a un poderoso e influyente representante de actores llamado Henry Wilsom (Jim Parsons), un manipulador de primera y acosador sexual consagrado que se dedica a buscar jóvenes guapos para moldearlos según el estandar de la industria y convertirlos en estrellas. Sólo se mete con hombres.
Uno de los clientes de Wilson es un tal Roy Fitzgerald (Jake Picking), un sujeto que desea ser estrella de cine pero que no sabe actuar. El primero le cambiará el nombre a Rock Hudson (sí, está basado en la estrella de cine homónima), pues cree que así tendrá más posibilidades de poner un pie dentro de Hollywood.
Los personajes mencionados deberán luchar para cumplir sus sueños, cada quien con su respectivo grado de dificultad que aumenta según la raza y las preferencias sexuales. La serie se las arregla para dimensionar a cada personaje y conmovernos según sus circunstancias con problemáticas no comparables, pero cabe mencionar que efectivamente los puntos más altos del drama van de la mano con los personajes que no son ni blancos ni heterosexuales.
Vale la pena acercarse a las versiones reales de Rock Hudson y dos personajes más de los que se hace referencia, a las actrices Anna May Wong, de origen chino-estadounidense (interpretada por Michelle Krusiec) y a la afroamericana Hattie McDaniel (Queen Latifah), ganadora del Óscar a Mejor actriz de reparto por su papel en Lo que el viento se llevó; ambas grandes actrices pero presas del sistema de la época.
Uno de los aciertos de Hollywood, en cuanto a personajes se refiere, radica en la posibilidad que le brinda a los “malos” de la historia para redimirse; no hace juicios sumarios o maniqueos sino más bien los humaniza, sin que esto quiera decir que puedan salirse con la suya.
Estupendas actuaciones de Parsons, LuPone, Taylor, Pop y Mantello, principalmente.
Y la serie nos deja muy claro que los sueños que Hollywood construía estaban lejos de ser incluyentes; curiosamente estamos hablando de un Hollywood integrado por diferentes razas e individuos con diversas preferencias sexuales que estaba atado por los dueños de los estudios quienes pensaban que salirse de la normalidad podría llevarlos a la quiebra.
Así pues, Ryan Murphy juega con un “¿Qué pasaría si Hollywood fuera más incluyente? ¿Que pasaría si muchos miembros de la industria salieran del clóset? ¿Que pasaría si un estudio aceptara hacer una película con una protagonista negra?¿Qué pasaría si se hiciera una cinta de estudio donde el guionista fuera negro y abiertamente gay? ¿Qué pasaría si Rock Hudson hubiera salido del clóset?
Y en un plano existencial ¿qué pasaría si fuéramos sinceros con nuestras parejas en lugar de quedarnos por compromiso o de vivir una doble vida?
El resultado es una historia “Hollywoodense clásica” pero al mismo tiempo poco convencional: sí tiene un final feliz pero es uno donde el deber ser se impone y el mundo es un lugar mejor. Y es normal que muchos puedan ver esta serie como algo artificial y forzado pero bajo el mismo concepto de la historia podría argumentarse lo siguiente: Se vale soñar, y en parte eso es el cine, usar la imaginación reflexionar y crear otras realidades.
Hollywood conmueve porque es justa con quien lo merece y sí, peca de felicidad y actitud positiva.