Ver La tortuga roja (La tortue rouge, Francia, Bélgica y Japón, 2016) es como entrar en un sueño lleno de magia como los que caracterizan al estudio Ghibli y, aunque por momentos el estilo puede remitirnos a los escenarios de Ponyo (Hayao Miyazaki, 2008), la melancolía de los fotogramas devela otra factura.
A sus 63 años, el galardonado director noruego, Michaël Dudok de Wit, filma su primer largometraje, creando—diría yo— una obra de arte que nos cuenta la entrañable historia del único sobreviviente de un naufragio que logra llegar a una isla desierta donde se las ingenia por subsistir. Tras varios intentos de construir una embarcación que lo salve de su triste destino, la salvación aparece en la forma de un visitante inesperado que le cambiará la vida, dándole muchas razones para vivir en el sitio de donde quería escapar.
De Wit, quien ha dirigido y animado bellos cortos minimalistas como The aroma of tea, The monk and the fish y Father and daughter, por el que ganó el Óscar a mejor corto animado en el año 2000, logra crear una hermosa pieza que combina un realismo—que por momentos parece crudo—con destellos de magia normalizada.
Sé que hoy en día asistir al cine y pagar aproximadamente cien pesos por vivir toda la experiencia (eso si vas tú solo, a una sala normalita y no tomas más que agua), demanda escuchar grandes efectos de sonido en Dolby Suround 5.1 y aunque La tortuga roja, sí te brindará emocionantes momentos llenos de bellas imágenes acompañadas por sonidos ambientales y la magistral banda sonora de Laurent Pérez Del Mar, no esperes escuchar ninguna frase para postear en tu muro de Facebook al salir de la sala. La tortuga roja no contiene un solo diálogo y aún así, logrará capturar tu atención durante 80 minutos. Además, si eres un poquito sensible, seguro tendrás que secarte más de una lágrima.
Esta cinta te hará recordar que una historia puede ser mágica, seductora, llena de encanto y a la vez muy simple, ya que cuando la vida cobra sentido, sólo hace falta completar el ciclo.