por Fernanda Ferrer
[av_dropcap1]E[/av_dropcap1]ntre largos pasillos y elevadores sólo para personal autorizado, La Camarista (México, 2018) encuentra en el hotel un gran potencial como incubador de historias. El aclamado largometraje, dirigido por Lila Avilés, nos presenta la íntima historia de Eve (Gabriela Cartol), una camarista que trabaja en el exclusivo Hotel Presidente Intercontinental de la Ciudad de México.
Un hotel: monótonos espacios que parecen embrujados por la ausencia que las personas dejan tras ellos y, los que ahí trabajan, tras barrer con toda evidencia pasada, se escabullen con temor a ser descubiertos.
El éxito de un gran hotel se basa en la creación de un mundo artificial que busca emular la comodidad del hogar de sus clientes. Las suntuosas pero vanas habitaciones se convierten en albaceas de la realidad escondida de sus pasantes que se impregnan de tristezas, deseos, romances secretos, llamadas telefónicas y huellas corporales que habrán sido lavadas y perfectamente dobladas entre toallas limpias en espera del siguiente huésped.
Eve es una joven madre soltera con extenuantes jornadas laborales, muchas veces fuera de sus horarios, que lucha entre la constante ausencia en la vida de su hijo de cuatro años a cargo de una cuidadora y el trabajar lo suficiente para ascender a un mejor piso que le ofrezca más beneficios.
La historia se da en un espacio particular, limitado al hotel donde Eve trabaja. Cada habitación que visita es un trabajo diario: un piso que trapear, un inodoro que asear, baños que fregar y sábanas que cambiar. Pero a la vez, es también una mirilla por la cual Eve puede vislumbrar vidas mucho más acomodadas que la suya.
El meticuloso trabajo con el que Avilés retrata a una camarista en un hotel del centro del país surge a partir de la inspiración que la directora tuvo ante el trabajo fotográfico de 1981 de Sophie Calles, The Hotel. A partir de ahí, Avilés entró en un largo proceso de ocho años para expandir esta punzante idea de ausencia que nace de una cuasi antropología de la basura de un hotel en Venecia, retratada en la instalación de Calles.
Trabajando como co-guionista con Juan Carlos Marqués, Avilés ha adaptado su propia obra de teatro sobre estas historias que viven entre los recovecos de un hotel y que, de una forma paciente y empática, en temas de género, raza y clase, con un texto discreto, observa las esperanzas y preocupaciones de esta joven, así como las diferentes maneras en las que los empleados aligeran su realidad en este limitado mundo.
Avilés transmite, con su luminosa pero distante estética y selección de fotografía, la peculiar fascinación por los espacios extraños de un hotel, espacios que son públicos y privados al mismo tiempo. La fotografía enmarca la diferencia entre tomas de espacios abiertos carentes de personalidad que parecieran tragarse a sus a veces diminutos personajes y la contrasta con íntimos perfiles, brindándonos una sensación de voyeurismo.
La camarista pone especial atención a la vida cotidiana que, al seguir la monótona existencia de Eve, da un vuelco de veracidad casi documental. Esta cualidad realista se ve en la ausencia de música a lo largo de la cinta. En lugar de darle una banda sonora, decide enfocar nuestra atención en la creación de ambientes, de cotidianidad nacida de sonidos familiares y rutinarios para los que trabajan en el hotel y casi inexistentes para los que sólo pasan unas días ahí.
Si bien la película tiene muchos puntos fuertes dentro de su producción, Lilia Avilés, como actriz de formación, pone especial énfasis en la dirección actoral, elemento que resulta ser el alma de la cinta.
Con una narrativa que coloca a los personajes únicamente dentro del hotel, estos nos hablan sobre sus vidas personales únicamente a través de comentarios entre el personal o llamadas telefónicas.
Avilés subraya la existencia de los trabajadores ligada casi completamente al lugar de trabajo y esa atadura sirve como un macro de nuestra circunstancia social, política y humana.
En ésta, su primera película, Avilés muestra el vaivén entre el lujo transitorio de los huéspedes y la lucha diaria de quienes laboran en el fastuoso hotel, retratando una profunda desigualdad social en un país como México, un espejo que refleja las realidades que convenientemente decidimos no ver o dejamos que pasen desapercibidas.
La camarista es un trabajo que, a pesar de mostrar la dualidad entre dos realidades socioeconómicas en un país desigual, decide no enfocarse en hacer una crítica al sistema, sino enaltecer la historia del mexicano trabajador e incansable.
Una gran ópera prima que humaniza y retrata la conexión entre las diferentes clases sociales, que busca enriquecer a sus personajes en un contraste entre escenarios e historia, hecho con la misma dedicación con la que se preparan las habitaciones en espera de un nuevo huésped.