por Eduardo Bautista
Vivimos rodeados de historias de éxito. Están por doquier: en los libros que leemos, en las series que vemos, en las personas que admiramos. No hay espacio para el fracaso en el mundo del coaching y la energía positiva. Triunfar, soltar, sanar, decretar.
El argot moderno de la felicidad parece extraído de un manual de autoayuda donde el fracaso es más una decisión personal que un producto de las circunstancias. Hoy nadie quiere ser el tóxico en un mundo que invita a “soltar”. Ni el pesimista en un mundo de deseos decretados y sueños cumplidos por el universo.
La narrativa de autoayuda capitalista enseña que el pobre es pobre porque quiere y los gurús del reiki viven convencidos de que los problemas emocionales se resuelven con toques terapéuticos de energía cósmica. No hay cabida para los fracasados en las sociedades de la gratificación instantánea. En pagos, en algún barrio de alto poder arrendatario, ser yogui también significa aislarse de ese mundo de mierda lleno de pobreza, ira y resentimiento. Un mundo que reflejan bien las dos películas favoritas a llevarse la noche de los Premios Óscar 2020: Joker y Parásitos.
Hubo quien dijo que Guasón era una película para millennials débiles con poca tolerancia a la frustración. Y no fueron pocas las reacciones negativas en las salas de cine donde proyectaron Parásitos —asistí tres veces a verla— .
Es lógico: no son películas amables. Es difícil empatizar con el asesino, el violento, el fracasado, el ventajoso. Si Joker y Parásitos se parecen en algo, es justo en su vocación de dar voz a los que nadie quiere escuchar. Aunque esa voz de agradable no tenga nada. Aquí no hay historias de hombres que salieron de la pobreza y vencieron sus miedos. Aquí, como en el mundo real, la miseria económica y emocional es galopante.
Lo que escuchamos en Joker y Parásitos fue la voz del resentimiento social, un problema mundial que ha sido maquillado —y hasta invisibilizado— con una cultura de la superación personal que resulta absurda ante los datos económicos y la cotidianidad de la clase trabajadora. Como si las condiciones sociales no influyeran en las vidas de los individuos si estos se mantienen —como dicen los manuales de Recursos Humanos— productivos y proactivos.
Si bien es un personaje con problemas psiquiátricos, el Guasón también está cansado de vivir en una sociedad donde la felicidad es una obligación y —paradójicamente— es poco empática hacia quienes no pueden adaptarse a esa regla. Por su parte, la escena de Parásitos donde la mujer adinerada repele el olor de su chofer es también una alegoría perfecta de las diferencias de clase que imperan en el mundo; muchas de ellas, tan cotidianas que pasan inadvertidas.
La desigualdad social es una realidad insoslayable. Semillero de sociópatas y psicópatas, de individuos deprimidos, enojados y con trastornos de la personalidad. Lo dice la Organización Mundial de la Salud (OMS) en cada uno de sus informes anuales sobre la salud mental: “La pobreza es una condición que aumenta la vulnerabilidad de sufrir un trastorno mental y amplia las consecuencias asociadas a los mismos, como es el caso del estigma, la exclusión y la vulneración de derechos básicos”.
Sí, a gran escala y de manera cotidiana, viajar en metro dos horas diarias por un salario mínimo sin seguridad social, con apenas poco más entretenimiento que el Wi-Fi robado de un vecino desde una baratija Alcatel de segunda mano que no podría alimentar por día a la familia si lo vendieran, puede resultar en una hecatombe social. Se puede modificar la ecuación de la pobreza, el país o los protagonistas. Así lo vimos en Joker y en Parásitos.
No es casualidad que las dos cintas hayan sido nominadas a la estatuilla dorada —y que hayan triunfado en espacios como Cannes y los Globos de Oro—. Ambas manejan el resentimiento social como tema central y apenas hace unos días, la ONU publicó el Informe Social Mundial 2020 en donde se muestra que la desigualdad que más de dos tercios de la población mundial vive en países con una desigualdad en crecimiento, y América Latina es la región con el mayor índice.
Otro dato: el cambio climático contribuye a engrandecer las brechas sociales. Señala el documento: “Las emisiones de carbono crecen y las temperaturas suben, pero el impacto del cambio climático no se siente de forma igual alrededor del mundo, siendo los países tropicales lo más afectados. El cambio climático ha hecho a los países pobres más pobres. Si no se toman medidas de inmediato, millones de personas pueden acabar en la pobreza tan pronto como en una década”.
Los avances tecnológicos —añade el informe— también han fomentado las desigualdades, creando un panorama clarísimo de ganadores y perdedores. Mientras que en los países más ricos el 86% de los ciudadanos tiene acceso a Internet, en los menos desarrollados ese porcentaje se reduce a 19%.
Si aún no has visto Parásitos o Joker, te invito a verlas y a que pongas atención a cada cosa que sucede en pantalla. Pero pon el doble de atención cuando salgas del cine: ahí está la película que debemos ver.