El diablo a todas horas (The Devil All The Time) de Antonio Campos nos brinda un despliegue de grandes actuaciones, pero nos deja sin ápice de esperanza en la humanidad y en la creencia de un ser superior.
Adaptada de la novela homónima de Donald Ray Pollock (quien a los 52 años abandonó su trabajo en una fábrica de papel para integrarse a un curso de escritura creativa), la cinta es narrada a través de una voz en Off por el mismo Donald, lo cual permite al film mantener su esencia literaria.
El diablo a todas horas es una crítica a la religión, especialmente cuándo ésta raya en el fanatismo y un coctel de personajes siniestros dónde ni aquellos con las mejores intenciones logran salvarse de cometer actos crueles.
La historia abre con Willard (Bill Skarsgard), un exsoldado marcado tras la guerra quién ha perdido la fé y se ve forzado a intentar recuperarla cuando las circunstancias así lo apremian. Willard es el padre de Arvin (Tom Holland), personaje que se convertirá en nuestro principal protagonista una vez que llegue a su edad adulta.
La pareja formada por Carl (Jason Clarke) y Sandy (Riley Keough) se dedica a levantar hombres en carretera que hacen autostop para terminar asesinándolos, “modelos” llaman a sus víctimas. Otro personaje relevante en la trama es el hermano de Sandy (Sebastian Stan), un policía con aspiraciones políticas.
Al pueblo dónde viven los padres de Willard llegan dos predicadores (con espectáculo de arañas incluido en el sermón), un claro ejemplo de cómo el hombre puede cometer atrocidades en nombre de “Él Señor”. Tiempo después con un Arvin ya adulto y viviendo con su abuela, aparece el reverendo Preston (Roberto Pattinson) que utilizará a Dios para fines retorcidos generando como consecuencia una ola de violencia.
Todas estas historias se hilvanan a la perfección mostrándonos un conflicto entre la religión y la maldad, aunque conflicto quizá no sea la palabra correcta, la impresión que el filme nos da es que éstas dos fueran de la mano.
¿Lo mejor? El elenco, especialmente las actuaciones de Sasgard, Pattinson y un Holland mucho más adulto (con todo y acento sureño). La fotografía es otro acierto, con esas tomas con vistas al cielo como buscando a Dios. Es precisamente esta búsqueda incesante de un ser supremo que parece no llegar y que destina a estos seres hacia la fatalidad, lo que me ha dejado un amargo sabor de boca. La trama de esta cinta parece no dar tregua a sus personajes ni al espectador.