por Miguel Mora
A veces las películas pueden ocasionar una catarsis social con consecuencias graves como la censura, amenazas y otros malestares que culminan en arrepentimiento o toma de conciencia. Algo similar le sucedió con: Los olvidados (México, 1950) Película en blanco y negro dirigida por Luis Buñuel con guión de Luis Alcoriza y Luis Buñuel.
Como preámbulo a la historia se ven imágenes de Nueva York, París y Londres con un discurso explicativo en voz de Ernesto Alonso hasta ubicarnos en un barrio marginal de la ciudad de México.
La ficción de Los olvidados comienza con la fuga de Jaibo (Roberto Cobo) de una correccional para reunirse con Pedro (Alfonso Mejía). De inmediato, Jaibo liderea a un grupo de pequeños delincuentes para robar y golpear a cualquiera que sea una presa fácil. La violencia prevalece en el ambiente donde habitan estos seres marginados y miserables. Primero atacan de forma brutal a un hombre ciego (Miguel Inclán) en un baldío. Unos días después, Jaibo mata a su supuesto delator, Julián (Javier Amézcua) en presencia de Pedro. El crimen hace que los destinos de los dos queden trágicamente entrelazados. Aunque Pedro intenta mantenerse alejado de los problemas, Jaibo lo sigue al trabajo y a su casa, donde seduce a la madre (Stella Inda). La persecución se vuelve obsesiva a tal grado que Jaibo aparece en sus sueños, Pedro no puede escapar del asesino y, en un acto desesperado, delata a Jaibo por el homicidio de Julián. Jaibo en venganza lo ejecuta en el gallinero de la casa de Meche (Amalia Delia Fuentes). El miedo se apodera de Meche y de su abuelo al descubrir el cuerpo. Ambos arrojan el cadáver en un basurero. Al mismo tiempo, Jaibo es abatido por la policía.
La película es demoledora, logra un impresionante retrato del mundo marginal en el México de los 50; una obra desposeída de sentimentalismos que nos muestra la moral ambigua de “los olvidados” para sobrevivir en la miseria.
Buñuel concibe una película sin concesiones donde muestra a los lisiados sin el menor intento de mover la compasión del espectador, presenta a los pobres de manera descarnada sin sentimientos nobles. Sus personajes no ven la pobreza como una bendición sino como una carga que los lleva al sufrimiento, y los seres humanos se reducen al nivel de los animales.
La imagen de la madre abnegada la vuelve cruda e inmunda. Vemos una madre que descuida a su hijo y que no esconde sus deseos, por el contrario, tiene pasiones y se entrega a ellas sin medir las consecuencias. Solo en los sueños es donde le da un respiro a esa imagen, presentándola vestida de blanco y cariñosa, se le ve extender sus manos. No obstante, el tono surrealista de la secuencia hace que la lectura sea diferente y derrumba todo sentimiento poético dentro de lo onírico de la escena, las vísceras que le entrega a su hijo Pedro y Jairo las arrebata, hacen la nota discordante. Así como el cadáver de Julián debajo de la cama.
Incluso en la fotografía, Buñuel no permitió que Gabriel Figueroa pusiera sus filtros para contrastar las nubes, por eso la película tiene un tono realista sin contrastes en los exteriores y en los interiores predominan los tonos oscuros.
Con Los olvidados, Buñuel retoma su camino para hacer gran cine, es una película clave porque replantea sus obsesiones y el estilo que lo llevará a la fama mundial.
A pesar de ello, la moralidad de la época no soportó la película y “las buenas conciencias” se alarmaron al ver retratada la realidad de la pobreza suburbana mexicana. En definitiva resultó un duro golpe para la cultura dominante que se negaba a reconocer la verdad.
Con el estreno se suscitaron reacciones violentas y se pidió, desde diversas instancias públicas, la expulsión del cineasta del país. A los cuatro días, la película fue retirada de los cines sin que faltaran intentos de agresión física contra Buñuel. Como contraparte, algunos intelectuales salieron en su defensa pero fue el premio al mejor director que le otorgó el Festival de Cannes de 1951 el que dio la pauta para el reconocimiento internacional de la película y el redescubrimiento de Luis Buñuel en los medios francés y europeos. Una vez logrado esto, las voces que pugnaban por su expulsión, callaron y Buñuel se ganó el respeto de la audiencia en México.
La película fue reestrenada al año siguiente con buen éxito comercial.
Los olvidados es una de las tres películas reconocidas por la Unesco y forma parte de la Memoria del Mundo.
