Tras veinte años viviendo en Estados Unidos, el famoso documentalista mexicano Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) ha ganado tal prestigio, que el gobierno de su país adoptivo le dará un importante premio, el cual nunca ha sido otorgado a ningún latinoamericano. Ante tal logro, su país de origen lo invita para realizarle un homenaje por su trayectoria. A primera vista, esta es la premisa de la película más reciente del multiganador del Oscar, Alejandro González Iñárritu.
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades; es una película que en sus primeras tres escenas te invita a preguntarte ¿qué payasada estoy viendo? sin embargo, dichas escenas son el costo de entrada al mundo surrealista al que Iñarritu nos conduce, sirven para prepárate para lo que veras por las siguientes dos horas, y por increíble que parezca, al final tendrán sentido y las apreciaras.
En repetidas ocasiones, Iñarritu ha declarado que su más reciente película no es una que haya que entender, sino sentir. A primera instancia, suena a una declaración pretenciosa, como en muchas ocasiones ha sido catalogado el director después de su éxito con Amores Perros. Sin embargo, es una declaración honesta, y que, de manera contradictoria, es la llave para entender su más reciente trabajo.
Y es que, desde el título, se percibe pretensión, y no me refiero al largo subtitulo, sino a Bardo, a pesar de que se cumpla con su acepción tibetana, era más sencillo dejarle el titulo que se manejó durante las filmaciones en el zócalo de la CDMX “Limbo”, pero eso sería muy simple para su director.
Pero tal y como en la película hay un gran giro de tuerca -que está perfectamente planteado- la percepción de pretencioso del director y su obra es errónea. Para empezar Iñárritu, no pretende ser un gran y exitoso director, realmente lo es, de lo contrario, jamás habría convencido a nadie para dejarlo hacer una película tan personal, en la cual tiene el valor y las ganas de confesar su punto de vista político, miedos, y lo más íntimo, sus inseguridades -tanto laborales como familiares- y además en formato IMAX.
Visualmente la película es espectacular, las escenas en las calles del centro de la CDMX, que culminan en el zócalo, además de mostrar lo majestuoso que es el primer cuadro de la ciudad, transmiten el miedo e impotencia tanto de Silverio, como de una gran parte de la población que se ve reflejada en sus miedos.
Y hablando del alter ego del director – a quien no duda en caracterizar con su estilo de corte de pelo y barba- Giménez Cacho logra hacer que empaticemos con su personaje, ya sea en sus momentos de inseguridad, su dolor ante las ausencias de sus seres queridos, como en los de mayor alegría.
El mejor ejemplo es todo lo que sucede en el California Dancing Club, en el que por medio de un gran plano secuencia, pasamos de una de las mejores y majestuosas escenas de baile del cine nacional, en la que apreciamos su felicidad plena, a un momento íntimo de introspección en el baño del legendario salón de baile.
Siendo una película de un mexicano ganador del Oscar, la cual es la más personal en la filmografía del director, quien regresa a su país después de muchos años para filmar y además es producida por Netflix, es imposible no compararla con Roma de Alfonso Cuarón.
Y si, comparten muchas cosas, sin embargo, hay una gran diferencia, Cuarón usa de pretexto sus recuerdos de la infancia para hablar de discriminación, clasismo y el halconazo, en cambio, Iñárritu de lo que tiene ganas de hablar es de él, y de paso algunas de sus obsesiones con los emigrantes, después de todo el es uno, aunque sea privilegiado, como le hace notar su hijo a Silverio.
La crítica extranjera ha sido bastante severa con esta película, y es que es cierto, hay muchas cosas que sin el contexto de vivir en México no se entienden, como por ejemplo, la critica a televisa o el tema de la conquista, e incluso se requiere conocer un poco la carrera del director; lo cual al final si hace mella en la recepción de la cinta: un mejor guion haría inecesaria la necesidad de tanto bagaje cultural para gozarla.
Aunque en defensa de Alejandro G., desde el tráiler nos avisó de manera nada sutil que esta película seria un viaje psicodélico, y que no habría que buscarle significado, pues fue musicalizado con “I Am the Walrus” de los Beatles, canción que su líder John Lennon escribió con el afán de burlarse de todos los intelectuales que buscaban significados profundos y ocultos en sus canciones.
No será la primera película que habla de lo que es ser mexicano, o como se siente uno fuera de nuestro país, pero sin duda es uno de los acercamientos mas honestos que se han hecho al respecto, y aunque en diciembre estará disponible en Netflix, esta es una de esas películas que merecen verse en cine, especialmente en IMAX, para disfrutar al cien la experiencia tanto sonora, como de las grandes imágenes a las que nos sumerge.