por David A. Ledesma Feregrino
[av_dropcap1]E[/av_dropcap1]ste 28 de septiembre dio inicio en Netflix la tercera temporada de The Good Place, una comedia creada por Michael Schur y transmitida originalmente por la cadena estadounidense NBC.
La serie, lanzada en 2016, es una ficción filosófica sobre cuatro humanos que intentan ser mejores personas tras descubrirse atrapados en un infierno que pretendía hacerse pasar por paraíso. Protagonizada por Kristen Bell y Ted Danson, The Good Place ha sabido ganarse a la crítica por sus “encantadoras actuaciones en este absurdo, diestro y fantástico retrato del más allá” (Rotten Tomatoes).
Eleanor Shellstrop (Kristen Bell) ha sido una mujer detestable toda su vida. No es que haya matado a nadie o que se haya visto envuelta en algún ecocidio, pero tampoco es que se pueda decir una sola cosa buena de su paso por la Tierra.
Tras una trágica muerte (en la que hay involucrados muchos carritos de supermercado, un camión de viagra y una botella de algo llamado “Lonely Gal Margarita Mix for One”), Eleanor es recibida en el lugar bueno por Michael (Ted Danson), una especie de ángel o guardián del paraíso. Eleanor será una persona deplorable, pero no es para nada tonta y a los pocos segundos se da cuenta de que ha habido un error: está ocupando el lugar de otra Eleanor, una que sí merece habitar el lugar bueno, mientras que ella debería estar pudriéndose en el lugar malo.
Lo que sigue es la batalla que han tenido que enfrentar lo mismo santos que genocidas y dictadores: la lucha por diferenciar el bien del mal y decidir cuál de los dos tiene un lugar privilegiado en las acciones.
De la mano de Chidi Anagonye (William Jackson Harper), un profesor de filosofía moral que comparte destino con Eleanor, Shellstrop intentará convertirse en una buena persona para evitar ser descubierta y enviada al lugar malo.
Aunque la lectura de Platón, Kant y Kierkegaard da resultado, Eleanor termina descubriendo que no hay formar de evitar ir al infierno porque ya se encuentra en él: el lugar bueno, donde se suponía que estaba, no es otra cosa sino un lugar malo diseñado para que ella, Chidi, Tahani Al-Jamil (Jameela Jamil) y Jason Mendoza (Manny Jacinto) se torturen psicológicamente entre ellos por toda la eternidad. Es un infierno bastante primermundista, eso es verdad; la Divina Comedia no es la misma en italiano que en árabe o en español.
Durante la segunda temporada de The Good Place pudimos ver a los cuatro humanos aliarse con Michael (quien en realidad era un demonio, pero se ha terminado por redimir) y con Janet (D’Arcy Carden, un ser que posee todo el conocimiento del Universo) para que su caso sea escuchado por la autoridad en la materia. Los cuatro se han vuelto mejores personas desde que se conocieron en el lugar malo y las implicaciones son enormes, sostiene Michael: esto significa que han juzgado erróneamente a la humanidad durante milenios y que incluso la gente que es pura maldad puede cambiar el rumbo.
La jueza todopoderosa tiene, sin embargo, una objeción. Es verdad que mejoraron sus acciones, pero lo hicieron sólo porque esperaban una recompensa. Para Michael, el ingrediente secreto no es la idea del paraíso, sino la empatía y el afecto que entre los seis se ha desarrollado.
Para comprobar si la tesis de Michael es cierta y cambiar de paradigma en el más allá, The Good Place ha sacudido sus propios escenarios y retrocedido hasta el inicio de su propia línea temporal. En esta tercera temporada, Eleanor, Chidi, Tahani y Jason tendrán que volver a la Tierra, sin memoria, y demostrar que pueden convertirse en mejores personas sin la certeza de que al hacerlo obtendrán una recompensa.
Michael aparecerá en el momento exacto en que cada uno de ellos va a morir y los salvará (por ahora) de llegar al lugar malo. La cuestión es que, para salvar sus almas, sus vidas no pueden seguir por el mismo rumbo ya viciado. Hace falta la intervención divina (o diabólica) para que los caminos de los cuatro se crucen y descubran que sólo el afecto podrá llevarlos a adoptar la bondad como una práctica diaria.
“¿Qué nos debemos los unos a los otros? (What do we owe to each other?)”, es la pregunta central en The Good Place. A través de la práctica y de un discurso finamente hilado con una comedia que lo mismo habla de pedos que de dios, esta serie sostiene que, como lo dice Chidi al final de la segunda temporada, “elegimos ser buenos por nuestros lazos con otras personas y nuestro deseo innato de tratarlas con dignidad”.
The Good Place lo tiene todo: las risas, el infierno y la noción de que sólo el amor podrá salvarnos de él.