El nuevo proyecto de Manolo Caro en conjunto con Netflix llamado Alguien tiene que morir, nos presenta algo distinto a lo realizado por el director hasta el momento, pero termina siendo un intento fallido.
La miniserie se sitúa en España durante los años 50, en ella una familia le pide a su hijo (Alejandro Speitzer) que regrese de México para conocer a su prometida, pero todo se complica cuándo el hijo pródigo llega acompañado de Lázaro (Isaac Hernández) un bailarín de ballet clásico que parece ser más que un amigo.
Nos queda claro que una de las mayores inspiraciones de Manolo Caro ha sido el director español Pedro Almodóvar y nos guste o no, ha ganado renombre y popularidad ante el público mediante su estilo. Por lo tanto, este era un proyecto sumamente esperado por la audiencia sin mencionar el gran elenco con el que cuenta.
A través de sus tres capítulos, Caro se aleja del género de la comedia al que nos tiene acostumbrados, como por ejemplo, la exitosa La Casa de las Flores cuya primer temporada funcionó precisamente por ser una parodia de la telenovela mexicana.
Tanto el título de la serie, como el modo en que fue presentada antes de su estreno, dieron pie a la confusión, lo que parecía ser una historia con tintes detectivesco y suspenso al estilo Agatha Christie, termina convirtiéndose en un drama que “abarca mucho, pero aprieta poco”.
Su corta duración es un arma de doble filo, tres capítulos no parecen ser suficiente para todos los temas que Manolo Caro quiere presentar, pero quizá la falta de una buena historia se hubiese notado aún más de haber sido más extensa.
La calidad de los capítulos resulta dispareja, si bien el primer episodio es introductorio, está mal aprovechado, ya que la acción surge a partir del segundo mientras que el tercero nos presenta un final que se siente apresurado.
Visualmente la serie funciona, la fotografía, producción y estética cumplen satisfactoriamente con su cometido. Cabe destacar algunas actuaciones como la de Carmen Maura, Esther Expósito (aunque su personaje es muy similar al que hace en Élite) y la propia Cecilia Suarez, actriz fetiche del director, que se aleja por completo de Pau-li-na de la Mo-ra (léase con voz del personaje).
En cambio, Speitzer que es el protagonista de la historia, queda relegado a segundo plano y al personaje de Isaac Hernandez le han puesto una escena de baile con calzador que no venía al caso, porque claro, había que aprovechar su verdadera profesión.
El trabajo de Manolo Caro no suele ser mi “cup of tea” pero reconozco que es entretenido, quizá si hubiese optado por un solo enfoque y se dedicara al desarrollo correcto de éste, la serie podría haber funcionado mejor. Al final, Alguien tiene que morir termina siendo un proyecto de alta factura, pero pobre en sus costuras.