Para escribir, hay que estar rotos.
por David Alexir Ledesma Feregrino
[av_dropcap1]E[/av_dropcap1]l arte siempre nace de la herida, parece proponer Solórzano-Alfaro cuando, desde su propia versión de Fausto, le pide a Margarita que lo abandone “solamente unos breves días. / Para recobrar fuerzas”.
La voz poética suplica una sangría fría y calculada que le permita la creación, reconociendo así que escribimos porque estamos rotos. El daño no tiene que ser aparatoso, también lo reconoce; la propia existencia es una fuente interminable de dolor, que no de sufrimiento, y es ese dolor el caldo de cultivo necesario para el arte.
Nadie que esté feliz escribe es la más reciente obra del escritor y editor costarricense Gustavo Solórzano-Alfaro. Publicado en 2017 por Nadar Ediciones, este poemario es un viaje a través de los impulsos que nos llevan a generar literatura.
Verso tras verso, la voz poética sostiene que la creación no necesita contextos extraordinarios, ni las más crueles tragedias, ni viajes alrededor del mundo, puesto que lo mismo hace haikús el poeta que se dedica 24/7 a su trabajo, que genera octosílabos impecables el vendedor de los helados, “con voz algo quebrada, como un canto antiguo”. Tal afirmación, desde luego, no se trata de una afrenta contra la técnica, sino de la voz esperanzadora que nos recuerda que la semilla de la poesía descansa en el pecho de todos los seres de la Tierra.
La voz creada por Solórzano-Alfaro no puede ocultar en ningún sitio el idilio amoroso en el que se encuentra sumergida. Su entorno es el de una paz que a veces nos parece estereotípica, pero que no por eso deja de darnos un poco de envidia. El autor nos ofrece una serie de poemas sobre la simpleza del amor, sobre el oficio de escribir, sobre la maravilla de tener un espacio en condiciones para hacerlo y sobre el gran privilegio de tener un jardín para cuidar.
Nadie que esté feliz escribe es un canto a la lengua y a la palabra. Su autor se deleita escondiéndose en los recovecos del habla y enlistando las diferencias entre “morir en español” y hacerlo en “lenguas tan lejanas como la punta del sol en el invierno”. Sus versos ilustran el escenario donde tiene lugar su propio proceso creativo y nos libera, como escritores, como artistas, de cualquier pretensión, al echarnos en cara que “las letras no te deben nada. / Como consuelo te digo: / vos tampoco les debés nada”.
La poesía: “una lucha contra la corrosión”
Para Solórzano-Alfaro, la poesía es tan vital como la actividad física. Ningún cuerpo está exento de su búsqueda, aunque muchos se esfuercen por reprimirla. Quienes ceden ante el pasmo terminan por oxidarse. Lo que el escritor persigue en esta obra es la poesía de lo cotidiano, aquella que nace del amor que ya no es novedad, la que parte de la rutina y de los años que “se concentran en unos frijoles que pusiste a hacer la noche anterior en la olla de cocimiento lento”.
No se trata de un descubrimiento, pero sí de un merecido homenaje. El autor pone el ojo en la belleza que se devela sólo ante quienes han dejado de correr. “El reto es estar, no caminar”, dice uno de los personajes de Denise Despeyroux en Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. La voz poética de Nadie que esté feliz escribe parece haber asumido este reto, buscando su propia inspiración en los resquicios del día a día y confirmando que “muchos poemas empiezan con un hecho cotidiano y terminan con algo que creen es una revelación”.
Para Solórzano-Alfaro, esta obra es también una manera de dimensionar la labor de los poetas y de admitir que hay cosas mucho más importantes en el mundo que la escritura. “Los poemas de amor / son pobres sustitutos / de la grandeza y de lo eterno”, admite la voz al tiempo que pide al duende y al llamado un descanso de la necesidad de entregar el corazón a la literatura. “[Q]uítame el peso / de arrojar estas / palabras vacuas / a la gente (…)”, suplica.