por Concepción Moreno
“Para abril o para mayo agarrarás coraje y me besarás”, advierte de modo casi agresivo la canción de los Hermanos Carrión. Una especie de madurez de la fiereza del deseo sexual aun en niñas bien de 15 años.
El protagonista de Fruta verde (Planeta) de Enrique Serna no es un niña bien pero es lo más parecido: un jovencito güero de la colonia Del Valle con ganas de aventuras. Dejar pasar un fin de semana sin echar desmadre: JAMÁS. De eso se trata la vida, del desmadre y los desmanes, de bailar hasta la madrugada y fumar y beber y dejar las preocupaciones escolares y laborales allá en el rincón.
Los ritmos afrocaribeños le llenan la cabeza y sueña con escribir la gran novela de la noche de la Ciudad de México. Si alguien puede hacerlo, es él, se dice dede la petulancia de su ser estudiante de letras en la UNAM.
Del otro lado de la ciudad le espera el destino. Un viejo escritor que trabaja en publicidad para tener de qué vivir conoce a nuestro joven protagonista y se dice: “Para abril o para mayo”. La fruta verde que ha caído en sus manos pronto se convertirá en un sabroso botín. Los niños criollitos son la especialidad de la casa.
Una noche, cuando los dos están de fiesta, aterrizan en el departamento del escritor. El chavo, todavía borracho, trata de zafarse del abrazo, pero poco a poco va cediendo a los caminos del deseo y su pantalón es la primera prenda en salir huyendo. En cueros no hay dónde esconderse. Y aunque al principio se resiste, pronto los caminos de la vida toman su rumbo: un secreto más revelado. Ah, entonces así tienen sexo los hombres.
Fruta verde es la novela más personal de Enrique Serna. Son sus memorias apenas veladas de su relación con el dramaturgo Carlos Olmos, escritor también de telenovelas como Cuna de lobos e Imperio de cristal. Serna podría identificarse como bisexual pues amó a Olmos como también ha amado a muchas mujeres pero desde entonces ha rechazado todo tipo de etiquetas. Él ama, allá quién lo siga.
El libro no es cojo en controversia. Una de sus afirmaciones más polémicas es que los niños tienen una sexualidad latente (lo que es cierto) que se manifiesta sin tapujos cuando un adulto los invita a “jugar” a su jardín de los deseos (lo que es discutible; ¿dónde queda la noción de abuso sexual?).
Como todos los libros de Enrique Serna, Fruta verde es tan ácido como su título promete. Un repasón al mundo de la culturiux donde no deja piedra sobre piedra. Hay más honestidad en los escritores mercenarios que trabajan en los sótanos de la publicidad o la televisión que en los oportunistas que viven de premios y canonjías oficialistas.
Y se lee con una tersura envidiable. Serna es sin duda uno de nuestros grandes narradores y si no lo conoce, Fruta verde es una gran ocasión para hacerlo, sobre todo ahora que acaba de salir en su versión de bolsillo.