Si hay un deporte que mueve masas, ese es el fútbol. Netflix entra al estadio a través de Un juego de caballeros (The English Game), miniserie enfocada en los dos primeros jugadores profesionales del fútbol inglés. Pero, lamentablemente, termina por encajarse un autogol.
La miniserie nos sitúa en 1879, cuando está por disputarse el encuentro entre el Old Etonians, equipo conformado por caballeros de la clase alta liderados por Arthur Kinnaird (Edward Holcroft), y el Darwen FC, conjunto formado por trabajadores de una fábrica de algodón. El partido ha generado revuelo, pues el Darwen FC busca convertirse en el primer equipo obrero en ser campeón de la FA Cup.
Para asegurar el pase a la siguiente ronda, James Walsh, dueño de la fábrica de algodón y del Darwen FC, decide traer a dos jugadores escoceses de primer nivel: Fergus Suter (Kevin Guthrie) y Jimmy Love (James Harkness). Cabe señalar que, en aquella época, estaba prohibido pagar a una persona por jugar fútbol. Esta acción termina desencadenando la transición del fútbol hacia el profesionalismo.
Y sí, los apasionados del balompié y de la Historia pensarán en este punto que es una gran miniserie y lo es… pero en muy pocos momentos, cosa que termina por ser decepcionante.
La serie está creada y escrita por Julian Fellowes (Dowton Abbey), lo cual representa una garantía en materia audiovisual que podemos confirmar desde el primer capítulo, pues el diseño de producción es impecable: cada detalle a cuadro es adecuado para la época retratada, con mención honorífica a la reconstrucción de todo lo vinculado al fútbol, desde los “estadios” de la FA Cup hasta la indumentaria que usaban los jugadores en aquellos años.
El guión, en cambio, cojea en muchos momentos, aunque la parte histórica del fútbol es muy llamativa. La representación del deporte como válvula de escape para el pueblo y el impacto que tenía en una sociedad llena de carencias, ayuda a construir reflexiones sobre lo que puede representar un simple juego.
Pero no todo podía ser fútbol y es ahí donde flaquea la miniserie, al introducir personajes para construir los ámbitos personales de los protagonistas. Entonces, Un juego de caballeros termina por caer en un melodrama sin sentido: personajes cuyo arco narrativo no está bien construido, situaciones que se quedan en el aire, apariciones de personas que no aportan nada al desarrollo de la trama. El que mucho abarca, poco aprieta, se suele decir, y eso es lo que le pasa a esta serie.
De haber seguido con el vínculo místico entre el fútbol y la sangre obrera, desarrollando a plenitud la lucha de clases y posicionando el foco en la revolución de los trabajadores, la miniserie hubiera llegado a mejor puerto.
La clase alta no sólo acapara los bienes y las riquezas en Un juego de caballeros, también se queda con mucho del tiempo en pantalla, dejando muy pocos momentos futbolísticos a cuadro, cosa que el espectador extraña, ya que son esos momentos los más interesantes para el amante del balompié porque invitan a analizar la manera de jugar de antaño, así como las estrategias que se seguían dentro del campo.
Los fervientes seguidores del fútbol encontrarán en la serie pequeñas referencias que les harán querer echarse un clavado para investigar más del deporte. Se hace mención a equipos que aún existen y que juegan en alguna división profesional de la Premier Ligue, además de que las vidas de Fergus y Arthur, personajes reales de la historia del fútbol inglés, son muy interesantes. Debo aclarar en este punto que algunos fragmentos de la historia real fueron modificados para darle un cierre a la ficción.
Un juego de caballeros termina por ser una telenovela construida fuera del campo y esto le resta mucho, pero pese a esta decepción inminente, creo que es una opción para ver en esta época de quedarse en casa y, sobre todo, para usarla como trampolín para conocer más del fútbol y sus orígenes.
Un juego de caballeros es un claro ejemplo de cómo un proyecto puede anotarse un gol en puerta propia.