Amber (Elyse Dufour) es una atractiva y astuta niñera que llega a un lujoso pero aislado suburbio adinerado: las casas son mansiones, los jardines gigantes y casi no hay gente en la calle. Ella se detiene en la casa más grande y es recibida por Ted Hooper (Joe Walz), un hombre obsesionado con temas de ocultismo recién enviudado.
Ted está por salir a una cita romántica y Amber tiene que cuidar a su hijo Kevin (Jack Champion) y a Ronnie (Bailey Campbell), hijo de la chica con la que saldrá Ted. El contraste entre los niños no puede ser más extremo: Kevin es tímido y pasa su tiempo encerrado, haciendo dibujos de monstruos y criaturas, mientras que Ronnie es un consentido insoportable en búsqueda de un buen bofetón.
Amber pide una pizza para que cenen los niños y mientras la esperan, deciden jugar escondidillas. Ronnie trata de ocultarse en un una habitación que está cerrada y Kevin le dice que está llena de objetos de ocultismo, una obsesión de su padre. Al no poder abrirla, se esconden en otras partes. Simultáneamente, Amber hace una llamada a su socio y entonces descubrimos que no es niñera, sino ladrona y da instrucciones para que traigan un camión.
Los niños logran acceder a la habitación cerrada y descubren todo tipo de artefactos. Sin embargo, su curiosidad logra invocar un trío de brujas conocidas como “Las tres madres”, quienes tratarán de sacrificar a los niños y matar a todos los adultos que se entrometan.
La película es fiel al cliché de películas de horror de bajo presupuesto de los ochenta. Para comenzar, las actuaciones son pésimas, al igual que el guion que no daba para mucho, pero la mayoría de los actores omitieron echarle ganas para crear personajes realistas, con la excepción de Elyse Dufour que personifica a Amber.
El guion y los diálogos son un Master Class (Ted Talk para los más millenials) de cómo no escribir. Respuestas cliché y situaciones inverosímiles que generan algunas risas. Por ejemplo, la pareja que folla está destinada a la muerte, algo común en las películas del género y que algunos académicos han señalado que se debe al espíritu puritano estadounidense. Es por eso que en películas de horror donde los jóvenes son los protagonistas, siempre mueren quienes practican sexo fuera del matrimonio.
La fotografía, bien lograda, nos presenta una mansión iluminada por luces navideñas, creando un ambiente de neón (muy ochentero) que nos teletransporta a una era pasada en el cine, sin embargo, esto no basta para rescatar la pieza.
La música, a su vez, se defiende bastante bien, de hecho, es la primera pista para que la audiencia sepa que está presenciando un filme de personas que se remiten a las películas de John Carpenter (Halloween, La Cosa, Terror en la Niebla).
El elemento que rescata a la cinta de ser un naufragio total es que va dirigida a un público específico que sin duda disfruta de ver películas malas mientras comen pizza, toman chela, se fuman un porro y la comentan en voz alta.
Ojalá que los directores, Abiel Bruhn y John Rocco, tengan otra oportunidad para filmar, como ocurrió con Sam Raimi quien pudo hacer Posesión infernal (Estados Unidos, 1981), una cinta terrible que se volvió de de culto porque, en el fondo, nos agrada.