por Jonathan Mata Richardson
De libros, amores y otros males (The Bookshop , 2017, Reino Unido, España, Alemania) es una película dirigida por Isabel Coixet, basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, narra la historia de Florence Green (Emily Mortimer), una viuda que en 1959 decide instalarse en un pequeño pueblo ficticio llamado Hardborough, en el que planea abrir la primera librería de la zona.
Aunque Florence cuenta con el apoyo de un ermitaño amante de la lectura y de una pequeña niña que la ayuda por las tardes, lo que pareciera ser una noble empresa pronto se convierte en motivo de reacciones negativas por parte de diversos miembros de la comunidad, principalmente de la señora Violet Gamart (Patricia Clarkson), una influyente aristócrata local que tiene planes distintos para la propiedad recientemente ocupada por la nueva vecina.
De libros, amores y otros males es un filme que habla del amor a los libros desde un lugar ajeno al privilegio, en el que no se impone el romanticismo, y en el que no gana el que ríe al último, es más, en el que no gana nadie.
Florence es una representación del estado más inocente del ser humano y, si se quiere, los libros pueden ser las emociones, los sentimientos y las ideas, mientras que la población de Hardborough representaría a la vida misma. Cuando al pueblo llega el clásico de Vladimir Nabokov, Lolita, se colapsa el sistema nervioso colectivo y entran en conflicto el bien y el mal, el deseo y la represión, lo que se quiere ser y lo que se debe ser.
El valor de este relato radica en su atemporalidad, puede ubicarse hoy o sesenta, doscientos y mil años atrás; en cualquier parte del planeta y en el ámbito de la sociedad que sea y seguirá siendo actual, porque los seres humanos disfrutamos de censurar al que piensa diferente o, peor aún, al que dice o hace lo que nosotros deseamos pero no se nos permite por los dogmas a los que fuimos sometidos.
De libros, amores y otros males es un filme sencillo y discreto, pero resulta increíblemente ruidoso por su falta de complacencia al apartarse del convencionalismo en el que el amor se impone ante todo solo porque el corazón más puro lo desea con todas sus fuerzas.
Dicen que el valiente no es el que carece de miedo, sino aquel que va adelante a pesar de tenerlo y, en ese sentido, el empoderamiento de Florence resulta exquisito, porque no hay arrogancia en su empresa pero tampoco se deja amedrentar. Va por la vida sin demostrar nada a nadie, convencida de que está aportando algo de valor a sus semejantes y de que un mero capricho no es suficiente motivo para desistir.
No hace falta plasmar en la pantalla figuras femeninas caricaturizadas de invencibles heroínas para atestarle al espectador un mensaje certero del poder que tiene la mujer en la sociedad; una viuda que intenta, falla y vuelve a intentar, en un propósito tan modesto y valiente como el de abrir una librería puede derrotar a cualquier Mujer Maravilla con una mano en la cintura.