Valeria (Natalia Solián) y Raúl (Alfonso Dosal) son un matrimonio joven de clase media de la Ciudad de México, ambos se sienten realizados de manera personal y ahora buscan tener un bebé. Así comienza la ópera prima Huesera de Michelle Garza Cervera, quien también es coguionista de la película.
En la primera secuencia, la directora deja en claro que tipo de película nos presenta, pues vemos a Valeria junto a su madre y tía subir el santuario más grande del mundo, de la Virgen de Guadalupe, y a pesar de estar en un lugar dedicado a uno de los símbolos más importantes del país, las tomas cerradas hacen que de inmediato el espectador se sienta inquieto, sentimiento que se mantiene aun cuando se abre la toma para poder contemplar la estatua gigante de la “madre de México”.
Es una escena breve, pero hace perfecta síntesis sobre la maternidad, y como no para todas las mujeres es el “estado ideal”, aunque ese sea el conocimiento popular.
En adelante podremos contemplar como la vida de Valeria va cambiando, pues tendrá que dejar de lado su profesión, tanto por los químicos que pueden resultar dañinos para la bebé, como por la necesidad de desarmar su taller para crear el cuarto de su hija nonata.
A partir de pequeñas escenas y diálogos, Garza nos muestra como Valeria va perdiendo su identidad, para dar paso a ser madre, y como poco a poco va perdiendo la estabilidad en su vida, pues además su matrimonio se va debilitando ante los miedos de Raúl de lastimar al bebe, como por permitir la intrusión de su madre en las decisiones de pareja.
Sin embargo, y es quizás el punto más fuerte de la película, Valeria nunca es retratada como una víctima, de hecho, ella es responsable de la mayoría de las situaciones que vive, pues al intentar complacer a su familia, decide dejar de lado su identidad punk, y ser la mujer modelo que su madre desea, aunque esto signifique dejar de ser ella, y termina siendo un monstruo egoísta, quien solo se aprovecha del cariño de Octavia (Mayra Batalla).
Otro acierto de la película es la manera en que la directora deja en la mesa temas de movilidad social, genero e identidad, pero nunca de manera panfletaria, por el contrario, se muestran de la manera más natural, y queda a total elección del espectador decidir qué opinar de tales tópicos.
Para los más clavados, también resultara interesante ver guiños al remake de Suspiria (Guadagnino, 2018), La Llorona (Cardona, 1960) e incluso de ciertos cuentos de Bernardo Esquinca y Alberto Chimal.
El único punto flojo, es el poco tiempo en pantalla que se le da a la tía Isabel (Mercedes Hernández) quien además de dar una buena actuación, es la única familiar que en verdad siente empatía por Valeria, y de hecho nos dejan ver que ella tiene experiencia con temas sobrenaturales, pero no ahondan mucho en ello, algo que podrían haber hecho si ciertas escenas hubieran sido menos contemplativas.
Sin duda el debut de Michelle Garza es uno muy afortunado, y es alguien a quien se le debe seguir la pista, pues desde su cortometraje, La Rabia de Clara, ha demostrado que sabe manejar tanto la cámara, como las atmosferas que quiere establecer