Por José Noé Mercado
Para IDdS; oasis e iluminación
[av_dropcap1]L[/av_dropcap1]a ansiosa espera que los amantes de la cultura pop mantuvieron por la adaptación cinematográfica de la novela Ready Player One (2011) de Ernest Cline (1972) terminó el pasado 29 de marzo de 2018, con el estreno mundial de lo que habría de convertirse en el más reciente hit del ya legendario director Steven Spielberg (1946), que lo posiciona como el cineasta que más ganancias ha generado en la historia del séptimo arte.
El filme con el que hace unos días Spielberg rebasó los diez mil millones de dólares de ingresos con su catálogo —que incluye títulos como Minority Report, A.I. Artificial Intelligence, Encuentros cercanos del tercer tipo, E.T. el extraterretre, Tiburón, Parque Jurásico o Rescatando al soldado Ryan— no podría ser más representativo de su trayectoria.
Ready Player One es, por una parte, un universo virtual infinito en el que la ciencia ficción se convierte en el oasis adictivo de una grisácea sociedad desmotivada para vivir en el mundo real. Por otra, es una trama fecundada con cientos de referencias a la cultura pop —series, películas, música, videojuegos, dibujos animados— de los años ochentas y noventas en los que Spielberg alcanzó la cima.
En esencia, es la proyección de toda una época hacia un futuro distópico y tecnologizado, emocionante, en el que el ser humano intenta reconectarse con sus sentimientos más elementales.
Todo esto muy spielbergiano.
Un cóctel
Luego de tres semanas en cartelera, Ready Player One está a punto de rebasar los quinientos millones de dólares en taquilla mundial. Es un éxito que se explica por el gozo visual, espectacular y detallado, con el que Spielberg deleita a los espectadores; y por la aventura palpitante pero inconsecuente al estilo de un videojuego en la que más que ganar se busca la diversión extrema, la habilidad técnica del gamer y el dato nerd que haga click en la trivia.
En ese sentido, resulta casi irrelevante reparar demasiado en que se trata, justo, de la adaptación a la pantalla de una novela con millones de lectores en diversos idiomas que pronto la volvieron de culto; en su escaso apego a la trama exacta; en la construcción superficial de los protagonistas y en el tejido laxo con el que se desarrollan frente al entorno y a los otros personajes que los rodean.
Lo importante es asumir esta película —y disfrutar del momento— como una fiesta en la que se encuentra reunida buena parte de los amigos y las personalidades de la cultura pop que han forjado a las generaciones recientes.
Y dicho encuentro tal vez sea un despropósito para reflexionar sobre las profundidades de la vida o para observar qué tan hondas yacen las relaciones con los demás. Es un momento de cóctel. Nada más. En el que se saluda y se sonríe por el gusto de chocar las copas y tomarse una selfie.
Simulación
El tratamiento de Steven Spielberg —con guion del propio Ernest Cline y Zak Penn— no sólo sintetiza en la superficie los actos y reflexiones que dan cuenta del grado nerd de Wade Watts, del crecimiento de su avatar Parzival como una celebridad dentro de la inmersión en OASIS y su interacción con H, con Art3mis o con los hermanos Daito y Shoto, en busca de las llaves que conduzcan al encuentro con el huevo de pascua sembrado por James Donovan Halliday, ese excéntrico y tímido programador del sistema de simulación, que dejó su herencia y sobre todo su amor por la cultura pop como legado a sus fanáticos.
Puede decirse que la mano de Spielberg también plasma en la pantalla una historia básica y juvenil, lo que no es necesariamente así en la novela de Cline. Casi infantiliza la idea de que el futuro del mundo depende de quién resuelva los enigmas de Halliday y controle el sistema; y da un poco lo mismo si en última instancia Parzival, sin mayor justificación que un mensaje cursi y moral del cineasta, luego del triunfo decide como un tirano apagar OASIS un par de veces a la semana para que la gente conviva en familia y atienda las relaciones personales.
Al margen de que eso no se habría esperado ni de un sixer al servicio de Nolan Sorrento y IOI, o del resto de los cinco de arriba, ¿cuál familia, qué tipo de relaciones, había para el protagonista y sus compañeros en un mundo en el que la inmersión virtual era como un opio del que se alimentaba el propio Wade?
Las llaves
Si bien las pruebas originales de la historia de Cline son distintas en la película —lo que, de nuevo, en aras de un pertinente lenguaje multimedia, resta un tanto la inmensidad de aquel universo virtual, la soledad en la que se sumergen los participantes y las complicaciones de traslados tanto en la realidad como en OASIS—, la cinta tiene momentos alucinantes que sin problema valen el boleto y hasta el combo de palomitas.
El primero: Una carrera al estilo Mario Kart (o Crash Bandicoot o Mad Max) en la que a bordo del Delorean, del Batimóvil, Christine el auto asesino, o la moto de Akira, deben sortearse fantásticos obstáculos vivientes como T-Rex o King Kong.
El segundo: La inmersión (cine dentro del cine dentro del cine) e interactividad en la película The Shining de Stanley Kubrick que adaptó la novela de Stephen King, que en Ready Player One demuestra la potencia de la simulación de OASIS y su programación que sólo encuentra límites en la mente creativa. O mejor dicho que, gracias a ella, dichos márgenes están en el infinito.
El tercero: Una batalla épica final que incluye naves de películas, personajes de videojuegos, kaijus y otros especímenes fantásticos, en la que el arsenal de items es tan incontable como las referencias que se convierten en un auténtico bufet de degustación para los espectadores.
Por eso, no sorprende que el público con música de Duran Duran, Rush o Van Halen como fondo, en la oscuridad de la sala arroje su vaso de soda como un hadoken, celebre con gritos de recital de rock la aparición de Chucky, pronuncie hechizos del mago Merlín, quiera bailar con Harley Quinn o se dé cuenta de lo mucho que ama a un slasher de cuidado como Freddy Krueger.
En rigor, quizás eso es lo que esperan los creativos.
Porque en el cine, como en OASIS, todo ello es posible. Nadie lo sabe como Steven Spielberg: el rey Midas de Hollywood sin ninguna duda.