por Montserrat Pérez Bonfil
Sabemos que cada vez es más difícil asustar a una audiencia que lo ha visto casi todo en la gran pantalla, pero pretender hacerlo otra vez en una casa vieja, alejada de todo y llena de muñecas antiguas, es una apuesta que se tiene que armar finamente o abortar la misión.
Aún así, Laugier se arriesgó para traernos una cinta sosa y desesperante en la que sólo logramos empatizar con los personajes porque, al igual que ellos, lo único que queremos es que acabe esta pesadilla que parece interminable.
La anécdota es la siguiente: Pauline (Mylene Farmer), madre de dos chicas adolescentes, ha heredado una antigua casa y lleva a sus hijas a vivir en ella. Para Vera (Taylor Hickson), la mayor, es muy duro haber dejado su vida y a su novio atrás, mientras tiene que escuchar a su hermana menor, Beth (Emilia Jones) leer sus cuentos de terror. El sueño de Beth es ser una escritora tan reconocida como su admirado H. P. Lovecraft.
De camino hacia la casa, los pasajeros de un misterioso camión de dulces las saluda al pasar, pero Vera les hace una seña obscena. Nadie da importancia al hecho, pero más tarde las chicas descubren que unos criminales que torturan jovencitas andan sueltos.
Finalmente, llegan a una casa espeluznante, atiborrada de antigüedades, muebles viejos y recovecos. Al poco tiempo, el camión de dulces se estaciona en la puerta. Dos personajes, uno de género indefinido que tiene apariencia de bruja y un hombre corpulento, fortachón, de exacervada violencia pero con retraso mental, irrumpen en la casa y, sin previo aviso, atacan brutalmente a las mujeres.
Más tarde, vemos que Beth (Crystal Reed) se ha convertido en la afamada autora que soñó de adolescente y, aunque no puede olvidar esa noche, su vida actual parece idílica: éxito, matrimonio perfecto, un hijo encantador. Pero Vera (Anastasia Phillips) no ha podido olvidar lo que ocurrió, llama a Beth pidiendo auxilio y la chica regresa a la casa donde siguen viviendo su madre y su hermana, sólo para darse cuenta de que, quizá, es ella quien está evadiendo sus traumas.
Lo que da más miedo de Pesadilla en el infierno es que el maltrato y abuso a la mujer es una constante social que hay que remediar lo más pronto posible y aunque en esta cinta los abusadores parezcan sacados de un cuento fantástico, en la vida real existe gente de lo más común capaz de realizar actos tan o más atroces como los que nos presenta Laugier.
La fotografía a cargo de Danny Nowak es impecable, acompañada de un atractivo diseño de producción a cargo de Gordon Wilding. De igual forma, las actuaciones destacan por la exigencia de las situaciones. Lo malo es que la actriz de 19 años, Taylor Hickson, demandó a la producción por haberse lacerado el rostro durante una de las fuertes escenas.