Greta Gerwig, la mujer de la que todo Hollywood está hablando, comenzó su carrera actoral en 2006 en una serie de televisión llamada Young American Bodies. Doce años después, nos entrega su magnífica ópera prima: Lady Bird. También escrita por ella, la cinta es un drama semi-autobiográfico con tintes de comedia que está por convertirse en una de las mejores películas de 2017.
Estamos en Sacramento, California, corre el año 2002 y Christine “Lady Bird” McPherson (Saoirse Ronan), está a punto de graduarse de la preparatoria de monjas a la que la metieron sus padres para protegerla de las atrocidades que pueden verse en las escuelas públicas californianas, pero Christine, quien se ha rebautizado a sí misma como Lady Bird, sueña con salir de ese pueblo carente de cultura para ir a estudiar a Nueva York o —mínimo— a San Francisco. Aunque no tiene malas notas, dista mucho de ser una estudiante brillante y su familia no tiene los medios económicos para pagarle la carrera, de hecho, tienen severos problemas financieros. Pero eso no impedirá que Lady Bird haga todo por conseguir su objetivo, a pesar de que esto le genere problemas con su adorable pero controladora madre (Laurie Metcalf).
Christine vive en conflicto con ella misma, no sólo no acepta el nombre con el que la bautizaron, sino que además se avergüenza de vivir “del lado erróneo de las vías del tren”, mientras que sus compañeros viven en hermosas mansiones con albercas y camas de bronceado.
En medio de todo, ocurre lo que le pasa a todo adolescente: romances, desencantos, amistades rotas, rebeldía, mentiras, expectativas, sueños, el despertar sexual y descubrir lo mucho amamos a nuestra tierra natal y a nuestros padres.
No sé si es porque al igual que Greta Gerwig y Lady Bird yo también estudié en una escuela de monjas, en un lugar carente de cultura del que ansiaba salir corriendo, pero esta cinta me cautivó hasta las lágrimas. Lo que sí sé es que Gerwig no sólo logra una cinta profunda, personal, salpicada de humor e ironía, lo hace de manera elegante e inteligente, sorprendiendo al público desde el inicio.
Si partimos de su conocimiento actoral, es notorio que Greta sabe exactamente lo que quiere de sus actores y logra que sus personajes se transformen de manera natural ante nuestros ojos a lo largo de la trama. Por otro lado, aunque a aquellos de nosotros que nacimos en el siglo pasado nos cueste aceptarlo, el 2002 quedó atrás hace 16 años y eso hace de ésta una película de época en la que no existía Whatsapp ni Skype y la herida del atentado a las Torres Gemelas estaba tan fresca como para volverse un componente sutil en la trama. Con todo y la trascendencia de ubicar la historia en este periodo, lo que verdaderamente importa es que nuestra protagonista está madurando, transformándose —dolorosamente— en adulto, mientras corea “Cry me a River” de Justin Timberlake.
Esperemos que después de esto Gerwig crezca como directora y nos siga compartiendo de su humor y su talento.
Todas las adolescencias son igual de difíciles, pero cada una es difícil a su modo, no importa de qué lado de las vías nos toque vivirla.