por Miguel Mora
[av_dropcap1]E[/av_dropcap1]s difícil permutar el amor, el deseo y el cariño pero no imposible. En El repostero de Berlín (The Cakemaker, Alemania, Israel, 2017) se produce dicho efecto por una eventualidad más allá de lo previsto. En medio de una pasión secreta, los protagonistas experimentan dicho trance en circunstancias complicadas. Nada más inquietante que mantener oculta una relación “prohibida” por atavismos sociales.
En su debut como director, Ofir Raul Graizer nos cuenta una historia compleja con ejemplar sensibilidad.
Thomas (Tim Kalkhof), un virtuoso repostero de Berlín, inicia un romance con Oren (Roy Miller), un ingeniero constructor israelí que visita periódicamente la ciudad para atender sus negocios. La relación del pastelero y el forastero, toma importancia hasta convertirse en una pasión secreta para los dos. Oren es un hombre casado, con un hijo pequeño, pero eso no impide que mantenga su idilio con el joven alemán. Unas semanas después de haber iniciado este vinculo, Oren desaparece, deja de contestar sus mensajes o devolver las llamadas. Thomas descubre consternado que su amante ha muerto en un accidente de auto en Jerusalén.
Su vida se trastoca por completo y decide viajar a Israel en busca de respuestas para la elaborar su propio duelo. A su llegada a Jerusalén, descubre que Anat (Sarah Adler), la mujer de Oren, es dueña de una cafetería . Thomas entabla una relación con ella y empieza a trabajar en el local ocultando su identidad. En un principio, se limita a lavar platos y mantener limpio el lugar, pero no pasa mucho tiempo para que empiece a hacer tartas y galletas que convierten al lugar en un sitio próspero y concurrido.
Aparentemente todo comienza a ir bien, pero Motti (Zohar Strauss), el hermano del difunto Oren, es un fanático religioso intolerante incapaz de soportar que un alemán “goy” prepare comida para un lugar que tiene que tener el certificado Kosher para poder vender en Jesusalem, según la ley de Israel. Sin embargo, Anat no es religiosa y no toma en cuenta las advertencias de su ex-cuñado, por el contrario defiende a Thomas, como un trabajador entregado que ha contribuido a la prosperidad del negocio.
Más adelante las cosas se complican, la soledad y el sufrimiento de estos dos seres se descubren envolviéndose en una relación muy diferente a la que se tenían prevista. Thomas es sorprendido por los deseos de su empleadora y en breve se encuentra haciendo el amor con la viuda de su finado amante. Este nudo dramático difícil de sostener solo se puede prolongar alargando las verdaderas causas que llevaron al repostero a entrar en la vida de Anat. No obstante, todo se sabe y terminan separados. Pero la historia deja una gran lección, mostrándole al espectador que hay amores tan imprevisibles, pasionales e incontrolables que lo que menos importa es el género. Además de criticar los convencionalismos sociales, la cinta señala la intolerancia que aún persiste en las relaciones entre alemanes e israelíes.
Por su parte, la fotografía de Omri Aloni contribuye con una iluminación tenue que le da un toque especial a las escenas de repostería creando una atmósfera propicia para que se intercambie el amor perdido de los protagonistas.
El repostero de Berlín es un drama bien manejado en donde la religión y los valores tradicionales juegan un papel importante para el desarrollo de la historia, pero es el trabajo actoral de Kalkhof y Alder lo que logra construir una relación creíble para que la narración no se tropiece y la película no caiga en un hueco sin salida, llevando al melodrama serio a convertirse en un relato de sentimentalismo ramplón.
La cinta obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Karlovy Vary y se estrenó en México en la Selección oficial del XV Festival Internacional de cine Judío en México.
La puedes ver en Cineteca Nacional.