por Miguel Mora
[av_dropcap1]U[/av_dropcap1]n salto al vacío, la sensación de abandono y una súbita toma de conciencia de lo que puede ocurrir al aterrizar, nos mantienen en suspenso a lo largo de una historia rodeada de racismo y corrupción en un mundo de seres marginados. El odio (La Haine, Francia, 1995) película en blanco y negro, escrita y dirigida por Mathieu Kassovitz.
El tono de la cinta está marcado desde un principio, cuando se escucha una voz diciendo:
“Un tipo se tira por la ventana desde un piso cincuenta. Mientras va cayendo, piensa: de momento, todo va bien, de momento, todo va bien…”
Este escalofriante comentario es el preámbulo para entrar de lleno en las vidas de tres personajes durante las próximas 24 horas: Vinz (Vincent Cassel), un judío, Saïd (Saïd Taghmaoui), un inmigrante árabe y Hubert (Hubert Kounde), un boxeador amateur negro, que viven en los suburbios parisinos a mediados de la década de los noventa.
Un joven de 16 años, Abdel Ichah (Abdel Ahmed Ghili), recibe una paliza en una comisaría que lo deja a las puertas de la muerte, esto provoca la ira de la población ubicada en el suburbio de Les Muguets, y pronto entablan una guerra urbana contra las fuerzas del orden. Durante las revueltas, un policía pierde su arma y va a dar a manos de Vinz. La pistola se vuelve el eje central de la película ya que el arma proporciona poder al que la tiene, por eso Vinz no quiere deshacerse de ella, convirtiéndose en un asesino potencial y repite frente al espejo la frase: “¿hablas conmigo?”, tomada del personaje que interpreta Rober De Niro en Taxi Driver (EUA,1976).
Para crear una sensación de incertidumbre, cada cierto lapso ,aparecen las horas marcadas sobre fondo negro como recordatorio de que mientras el tiempo pasa, el final se aproxima.
Los tres jóvenes que se acompañan en la historia, son seres condenados al olvido, privados de trabajo y de cualquier futuro dentro de una comunidad desigual. Entre ellos forman una familia alternativa, unidos por el odio oscilante en un lugar hostil. La pauta la marca un anuncio espectacular que representa el Planeta Tierra donde se lee: “El mundo es nuestro”, como una ironía ante la desolación que los rodea.
En contraste, vemos los bloques habitacionales hechos con molde, las azoteas, los parques solitarios y sombríos, los jardines de juegos infantiles abandonados. Es un lugar donde reina el comercio ilegal, los traficantes y todo aquel que tiene algo que vender. En el deambular trepidante de estos tres personajes desplazados, vemos cómo escapan de una redada a la ciudad Luz, pero lejos de ser una aventura ensoñadora, se vuelve una pesadilla llena de momentos decadentes donde se muestra la gran ciudad con toda su crudeza. El maltrato a los marginados es evidente, no hay lugar para los olvidados.
París es como cualquier gran ciudad tercermundista donde reina la desconfianza, los desposeídos pidiendo limosna en el metro, los “apañones” perpetuados por una policía cruel y sádica. Pero lo más importante es que se convierte en una cárcel de la cual no pueden escapar los protagonistas hasta el día siguiente que se reanudan las corridas de trenes a los suburbios, esa sensación es aterradora, pero sólo es el preámbulo para el final, en donde el que poseé el arma encuentra su destino.
El odio es una película subversiva, contestataria, de denuncia, en donde nos muestran unos personajes siempre alertas, esperando cualquier agresión. Tienen que transitar con cuidado aún en la ciudad luz que representa la cúspide del “desarrollo” y “la cultura”. Digamos que, para ellos, esos valores no existen porque no los incluyen, así que los protagonistas se limpian el trasero sin el menor recato con ese refinamiento burgués que exalta y pregona a París como la cúspide de la civilización.
La escena dentro de una galería es una muestra de eso, en donde los tres principales se refugian nuevamente del constante acoso de la policía y se rozan con gente banal que blofea y vive en esa delgada capa superficial de la apreciación subjetiva del arte. El mensaje es claro, los marginados no tienen lugar en los estándares de la sociedad “civilizada”.
Irónicamente, la cinta de Mathieu Kassovitz es una película premonitoria que advirtió 10 años antes lo que habría de pasar en Francia en el año 2005 en donde los disturbios se desbordaron y se extendieron por el resto de Europa.
Filmada en blanco y negro con un espléndido manejo del contraste, deja el mensaje claro: el color no importa, se funde con la historia de los personajes que representan la historia de emigrantes nacidos en Francia porque todos son iguales.
Cabe destacar una toma al atardecer desde un balcón en donde se ve el paisaje urbano de París, la cámara avanza y el lente se contrae dando la sensación de que la ciudad completa se viene encima de los personajes para aplastarlos.
En definitiva, El odio, es un testimonio brutal del descontento, con un ritmo excepcional y una manufactura igual, con un final concluyente que repite la frase del principio y termina diciendo:
…“Lo importante no es cuánto tiempo estás cayendo, sino cómo aterrizas.”