por Miguel Mora
Normalmente, primero se realiza un planteamiento escénico y luego se posiciona la cámara, pero en algunos casos se trabaja al revés en el cine: la construcción de la escena depende del ángulo de la cámara. Así fue concebida Canciones del segundo Piso (Sånger från andra våningen, Suecia, 2000) película a color, escrita y dirigida por Roy Andersson.
Inspirada en un poema de Cesar Vallejo, la película es contada en planos secuencia, y cada locación es utilizada para completar una frase de la trama.
Canciones del segundo piso es una selección de acontecimientos encadenados sin lógica aparente pero que dan cuerpo y forma a la historia. Con una cámara estática, la cinta esboza la vida de varios personajes en una ciudad paralizada por el tráfico y una procesión de gente que se auto flagela.
En este contexto deambula Kalle (Lars Nordh), un comerciante que incendia su propio negocio y es acosado por el fantasma de su amigo Sven (Sture Olsson) un suicida al que le debía dinero. De igual forma le atormenta la salud de su hijo Tomas (Peter Roth), internado en un psiquiátrico.
Otra historia paralela es la de Pelle (Torbjörn Fahlström), un viejo trabajador que es despedido sin miramiento alguno de la empresa en la que trabaja. Al mismo tiempo vemos cómo un inmigrante sufre una agresión por un grupo de xenófobos a mitad de la calle sin mayor explicación. Un mago (Lucio Vucina), corta el estómago de un voluntario en un acto de ilusionismo, motivo por el cual huye de la ciudad con su serrucho ensangrentado.
El absurdo va en aumento y nos lleva a un economista que busca solución al encarecimiento del trabajo consultando una bola de cristal. Es una odisea de más de 40 personajes en donde la religión aparece como un elemento devaluado de la cual solo se puede echar mano como negocio rematando crucifijos sin ningún valor espiritual. Se entiende que es una película de fin de siglo en donde un hombre como Kalle toma conciencia de lo irracional del mundo y lo complicado que es existir como ser humano.
Tras un fracaso comercial en 1975 con la cinta Giliap, Andersson se refugia en la publicidad para crear un imperio que le permitiera volver al cine. En 1981, funda Studio 24, una productora independiente que le permite tener el control absoluto sobre la producción. Son 25 años lo que le separan de su película anterior, pero su regreso es determinante porque consigue consolidar un estilo personal y logra narrar una historia plagada de un humor negro propio con secuencias fuera de serie impregnadas de momentos surrealistas.
Difícilmente podríamos ver ante nuestros ojos un producto tan elaborado como esta película, porque el método utilizado es diferente al de muchos cineastas. En Andersson todo parte de una imagen para luego construir la historia, es por eso que la cámara inmóvil hace las veces de un espectador pasivo, en donde solo queda el movimiento escénico del director para construir el discurso.
El estilo que predomina en toda la historia es único, está creado por los movimientos pausados de los actores, maquillados en tonos pálidos acompañados de diálogos sin matices. Cada plano dentro del cuadro está estudiado, es como un tablero en donde los elementos son colocados para dar un sentido estético particular, incluso los terceros planos están manejados con delicadeza para entrar y desaparecer sin alterar la atmosfera propuesta. Por todo esto, la propuesta cinematográfica vendría siendo la antítesis de lo que proclama el movimiento Dogma 95, la forma de abordar la puesta en escena y la forma de filmar distan mucho de la improvisación.
Roy Andersson, se declara un profundo admirador de Goya y Buñuel, afirma que : “Viridiana es la película más inteligente que existe”, tal vez es por eso que las referencias surrealistas siempre están presentes a lo largo de la cinta.
Para comprender mejor el panorama en el que se mueve el director es importante saber que invirtió cuatro años para terminar la película, por lo cual es lógico entender que requirió de dos directores de fotografía: Istvan Borbas y Jesper Klevenas. La cinta se hizo merecedora del premio del jurado en Cannes, pero más allá de los reconocimientos oficiales, Canciones del segundo piso, logra una armonía novedosa con un lenguaje poco común dentro del mundo de la cinematografía mundial.