Reseña del episodio 4 de House of The Dragon 2. Este texto contiene spoilers
El cuarto episodio de la segunda temporada de la serie House of The Dragon constituye un duro revés para Rhaenyra y sus huestes, así como una profunda herida en los fans del equipo Negro. La oscuridad se cierne sobra la hija de Viserys.
El capítulo es sumamente oscuro, no sólo por las muertes de la princesa Rhaenys y su dragón Melys a manos de Aemond y Vhagar, sino porque poco a poco nos da indicios de lo que será una estrepitosa caída para los negros.
Por un lado, tenemos a un Daemon desorientado deambulando por los pasillos de Harrenhall, intentando hacer alianzas y batallando por dilucidar donde comienza la vigilia y dónde terminan sus sueños premonitorios y reveladores. ¿Qué le está pasando? Que seguramente está siendo intoxicado por alguno de los brebajes que le prepara Alys Rivers. Se necesita tener dos dedos de frente para no darse cuenta de que algo no está bien en Harrenhall y que ella está detrás de la confusión de Daemon. Es triste ver el principio del fin de este gran personaje.
Por el otro lado, la ausencia de Rhaenyra está generando descontento en los miembros de su consejo, quienes no ven en Rhaenys ni en Jace a un líder. El idealismo de Rhaenyra podría ser su perdición. Incluso ella misma reconoce que la perciben como alguien débil debido a su actuar precavido en esta guerra. Pero no es su precaución la que sellará su tumba, sino su ingenuidad e idealismo. Y si bien es cierto que ella sería una magnífica reina, o al menos la reina que todos desearíamos, también es cierto que sus valores no la llevarán a ganar la partida en un nido de serpientes.
Para muestra de lo anterior, basta con recordar el encuentro que sostuvo con Alicent en Kings Landing; un acto temerario que hasta cierto punto resulta tierno debido a la candidez que muestran ambos personajes al tratar de detener una guerra argumentando un mal entendido de la última voluntad de Viserys.
En un mundo lleno de intriga y malicia, el pecado de Rhaeryna es ser demasiado idealista, es querer cambiar el mundo para convertirlo en algo mejor. Y es que para ella no se trata del poder por el poder, sino del destino manifiesto de un Targaryen —en este caso ella—, quien es él único que puede proteger los siete reinos de un mal mayor. Eso es lo que la reina revela a su hijo Jace poco antes de que Rhaenys salga a enfrentar las huestes de Cole que amenazan con tomar un castillo que estratégicamente dejará aislado a Dragonstone.
Rhaenyra le cuanta a Jace sobre la canción de “Fuego y hielo”, lo cual revela quién es realmente la reina al mismo tiempo que nos conecta emocionalmente con la serie Game of Thrones.
El final del episodio también refuerza la incompetencia de Aegon como monarca y guerrero; la temeridad, ambición y maldad del sociópata de Aemond, y la vulnerabilidad de Cole, quien luego de la lucha en Rook’s Rest no sabe qué camión lo atropelló: entre el fuego de Vhagar, Melys y Fuegosol, la frialdad de Aemond y la posible muerte de Aegon.
Muchas muertes seguirán, y los destinos de los personajes se seguirán sellando, pero una cosa es cierta: la estirpe de Alicent está lejos de ser digna del Trono de hierro, desgraciadamente, es la maldad de estos la que prevalecerá.