por Jonathan Mata Richardson
22 de julio (Noruega, 2018) es una película producida por Netflix, dirigida por el director británico Paul Greengras, que retrata una de las heridas más profundas en la historia de Noruega.
La cinta comienza con dos líneas narrativas intercaladas: en una, vemos a un grupo de jóvenes que arriban a un campamento de verano en la isla de Utøya. En la otra, contemplamos a un hombre sospechoso que se transporta hacia diferentes puntos en diversos vehículos.
Este hombre sospechoso resulta ser Anders Behring Breivik (Anders Danielsen Lie), un joven terrorista con ideas ultraderechistas que hace explotar una camioneta afuera de una unidad de edificios gubernamentales cercana a la oficina del primer ministro noruego.
Mientras el país está atento a dicha tragedia, Breivik se dirige a Utøya uniformado como policía y abre fuego contra los muchachos del campamento. La cifra de muertos entre ambos ataques suma un total de 77.
Los hermanos Viljar (Jonas Strand Gravli) y Torje Hanssen (Isak Bakli Aglen) están en el campamento y, al igual que sus compañeros, intentan escapar, sin embargo, Viljar recibe seis disparos que casi acaban con su vida.
Al ser arrestado, Breivik escoge como abogado a Geir Lippestad (Jon Øigarden), pero aun cuando Lippestad se hace cargo de la defensa, está claro que su lado humano sabe perfectamente lo que su cliente representa.
Pasados los meses, Viljar Hanssen, recuperado de las heridas, intenta reincorporarse al mundo, pero antes, deberá encarar a su agresor en un juicio que tiene a todo el país a la expectativa por saber si el terrorista de Oslo será considerado un enfermo mental o deberá afrontar las consecuencias de sus actos como un ciudadano con pleno uso de conciencia.
La principal fortaleza de esta cinta son los tres puntos de vista desde los que está contada: Primero, está Anders Behring Breivik, un hombre lleno de odio que genuinamente cree que le está haciendo un bien al mundo con su “intento” de erradicar la multiculturalidad en Europa. Luego, encontramos a Viljar Hanssen, el joven que ve su realidad desmoronarse y se ve obligado a empezar de cero por culpa de un hombre que no muestra signo alguno de arrepentimiento. Y, por último, está Geir Lippestad, el abogado y padre de familia que sabe que debe defender lo indefendible y que lucha contra su instinto de ser él quien refunda al terrorista en la cárcel.
En términos de manufactura, 22 de julio es una película muy bien hecha, no sólo en el aspecto técnico y narrativo, sino en la forma en la que se abordan y retratan los acontecimientos. Un filme desgarrador de principio a fin, que se vale de recursos poéticos cuando debe y recurre a un enfoque periodístico cuando es necesario.
Uno de los pocos aspectos negativos de la película es que a ratos se alenta la acción para luego intentar recuperar el ritmo, acelerando las cosas excesivamente.
La cinta se filmó en su totalidad en Noruega y está protagonizada por actores locales, pero la lengua en la que hablan es el inglés, cosa que, según Greengrass, se decidió para facilitar el rodaje, pero, lamentablemente, ese tipo de detalles le quita lo extraordinario a la cinta.
22 de julio es un filme necesario del que se agradece que su director haya tratado con respeto un acontecimiento tan doloroso en la historia de Noruega: un gran acierto de Netflix.