Ser un personaje desestabilizador dentro de un orden social puede resultar fascinante, pero, ¿qué pasa cuando rebasas los límites de la cordura y empiezas a ser un verdadero peligro para tu círculo social?
La película El discípulo ((M)uchenik, Rusia, 2016) del director Kirill Serebrennikov, basada en una obra de teatro de su amigo Marius Von Mayenburg nos habla de eso: de un ser carismático que se adentra en el fanatismo aprovechando una abertura de la estructura laica del sistema en la Rusia actual que permite impartir religión en las escuelas, pero que no está preparada para enfrentar a un ser radicalizado, que utiliza ese instante para llamar la atención y cuestionar la educación que imparten en su escuela.
El problema va escalando niveles, primero no es tomado en serio, pero poco a poco se descubrirá que lo que anuncia el protagonista, Veninamin Yuzhin (Pyotr Skvortsov), es algo pernicioso, latente, que ha entrado en un círculo social incapaz de percibirlo y pararlo a tiempo.
Puede que la cinta sea cuestionada por falta de cordura y equilibrio, pero precisamente de eso se trata. Serebrennikov nos presenta a un adolecente que cursa el equivalente a lo que aquí sería el bachillerato, decidido a cuestionar todo lo que le rodea, encolerizando tanto a los adultos como a sus compañeros de grado.
En un principio, Venya, como lo nombran, se niega a asistir a sus clases de natación, prefiere quedarse leyendo la Biblia junto a la piscina memorizando versículos. Es un adolecente inteligente e introvertido sumido en una crisis mística, y le explica a su madre (Yuliya Aug) que su religión le impide meterse a la Alberca. Aparentemente todo va bien hasta que empieza a citar los versículos de los pasajes bíblicos descontextualizados, que gradualmente irán trastocando el orden del colegio, de los alumnos y de su madre.
El joven Yuzhin se opone a que las mujeres usen bikini, hace citas sobre mostrar el cuerpo que el director Serebrennikov utiliza como epígrafes en blanco para ilustrar la alusión de algún apóstol o pasaje bíblico. Pero esta dicotomía del adolescente rebelde que no encaja con la sociedad moderna, se vuelve cada vez más intolerante, hasta llegar a cuestionar la educación sexual o la teoría de la evolución impartida por su maestra de Biología, Elena Krasnova (Viktoriya Isakova).
El ambiente se torna nocivo tanto en la escuela como en su casa porque su comportamiento y las frases que espeta son cada vez más violentas. Aún así, el sistema educativo se muestra incapaz de crear un castigo o una amonestación verbal, entre otras cosas porque Venya se aprovecha de la ignorancia y la mediocridad que lo rodea para mostrarse más poderoso que sus mentores.
Este falso evangelizador llega a límites superiores cuando sufre un brote psicótico, en el que cree ver a su padre crucificado en la sala de su casa, pero lo curioso es que el mundo que lo rodea es incapaz de entender que se encuentran ante un lunático peligroso que es capaz de matar para comprobar que tiene los dones de un “mesías”. Es así como logra convencer al único lisiado de la escuela de que tiene el poder para curarlo, guiándolo a un fatídico final.
Al final, la única que se atreve a confrontarlo es Elena, su maestra, la única apta en la institución que es capaz de tratar de desenmascarar su propósito doctrinal, porque detecta que en realidad se trata de un trastorno enfermizo en su cerebro. Sin embargo, la dirección de la escuela es incapaz de afrontar el asunto con objetividad, dejando a la instructora a la deriva.
El discípulo es, sin lugar a dudas, una crítica sustancial contra el fanatismo religioso, que tiene que ver con la situación actual en Rusia. La cinta incomodó a varios personajes del poder, representado por Vladimir Putin, al grado que el director, Kirill Serebrennikov, fue detenido por las autoridades rusas, por una supuesta malversación de fondos públicos. Tras su detención, varios artistas han manifestado sus sospechas, opinando que se trata de una persecución política por las criticas que hace el director a la Iglesia Ortodoxa y su creciente influencia en el país.
La película está filmada con maestría a través de planos largos bien logrados que mantienen un ritmo expectante.
Fue estrenada en el Festival de Cannes 2016, donde obtuvo el reconocimiento François Chalais. También en el European Film Award, donde consiguió el reconocimiento al mejor Compositor Europeo, y en el Sochi Open Russian Film Festival, donde ganó el Premio a Mejor Director.